Trufaexperiencia 17/03/2017

Siempre opino que musealizar una actividad o profesión no es la mejor manera de preservarla o promocionarla sino que éstas deben ser por sí solas objeto del interés de la gente y por tanto de utilidad. Cuando convergen estos dos factores es el propio mercado quien regula, bien para lanzar al éxito o al fracaso a una actividad económica. Lo mismo creía en el caso del Museo de la Trufa de Metauten (Allín) al que como otros museos pronto denominaron –por aquello de darle más rimbombancia- centro de interpretación.

A este prejuicio sobre los museos debemos sumarle el hecho de que no son los aromas trufados los que más nos apasionan al paladar y que el comercio de la trufa es un tanto opaco. Para colmo recuerdo asistir a la inauguración del Museo con un paseo de políticos en vísperas electorales, de esos que eran tan habituales y gustaban darse antes de la llegada de la crisis económica, a la que siguió la crisis política de la que todavía no nos hemos recuperado.
El caso es que hace unos días, de casualidad, acompañé a un amigo a la trufaexperiencia que oferta el museo de Metauten. No lo recordaba, pero el mejor panel o fotografía del Museo de la Trufa es la imponente mole de la cresta caliza de Lóquiz que queda detrás del edificio.
Zona Especial de Conservación (ZEC) recientemente declarada por el Gobierno de Navarra y donde existen 11 de las 16 especies de flora y fauna más amenazadas, es Lóquiz lo que da nexo al museo con el propio hongo, manjar cotizado en los mejores fogones. Partiendo de esta base ya todo fue más fácil.
La trufa negra o Tuber melanosporum es un hongo que se encuentra bajo el suelo cuyo hábitat natural son los bosques de encinas, robles y avellanos del sur de Francia y norte de España e Italia. Es por ello, por circunscribirse a una zona tan concreta, por lo que no es descabellado hacer de estos valles de Tierra Estella la referencia mundial de la trufa. Nos explicaron la historia de este manjar. Para la Inquisición, provenía del infierno debido al color negro y aroma azufrado y es por ello que condenó su consumo. Para los árabes las trufas son el maná que Alá envió a Moisés. Después, en el siglo XIX, los franceses que en esto de promocionar lo suyo son antagónicos a nosotros, consideraron a la trufa como el diamante de la cocina e incluso la llamaron trufa del Perigord, aunque sea la misma que se recoge en el valle de Allín.

El resultado de la experiencia no pudo ser mejor: lección teórica, caso práctico de recogida en el campo con perros adiestrados y comida a base de trufa fresca que para los que no tenemos buen saque fue muy completa, y todo ello a un módico precio. No se puede pedir más a esta ejemplar actividad de turismo gastronómico a la que no dudaremos volver durante la temporada de recogida de verano (junio y julio) o en los meses del próximo invierno.

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