El fin de semana pasado fuimos
invitados por el Dictel a un taller sobre plantas y otros reinos olvidados que
se organizó en la Casa de la Juventud María de Vicuña de Estella. Que, ¿qué es
el Dictel? Pues es una asociación para la divulgación de la ciencia y la
tecnología en Estella-Lizarra en la que colaboran de manera transversal varias
instituciones educativas como la Universidad Pública de Navarra, el IES Tierra
Estella, Lizarra Ikastola y el Colegio del Puy.
El título de la actividad,
reinos olvidados, no pudo ser más acertado y es que alguna vez ya hemos traído
a estas líneas la poca consideración que tiene en nuestra tierra todo lo que no
esté relacionado con la fuerza física o el deporte. Porque aunque sea el deporte
muy importante para el desarrollo personal, la convivencia y los hábitos
saludables, no deja de ocupar decenas de horas mensuales de niños y jóvenes
entre entrenamientos, desplazamientos y competiciones dentro y fuera de las
mugas forales en comparación con el tiempo que se dedica a las humanidades o
eventos culturales. Pero la importancia que tiene la música, los conciertos, el
cine o las exposiciones y museos es aún enorme si la comparamos con la ciencia
y la tecnología. De ahí la ímproba labor del grupo de padres y profesores que
forman el Dictel para motivar a los jóvenes en estos campos.
El año pasado vimos el
Campeonato de Robótica realizado con Lego, pero hay otras actividades curiosas
como la Competición de Puentes de Palillos de dientes o charlas sobre
alimentación a base de plantas y cómo una dieta vegetariana puede prevenir
enfermedades o moderar sus efectos sobre el cuerpo humano. Esta última
actividad también es ciertamente contracultural en nuestras latitudes donde se
prodiga tanto la chistorra, el gorrín, el chuletón y otras viandas.
Volviendo al taller del Dictel
sobre plantas, no está de más fomentar el conocimiento de la salud y la edad de
especies de árboles que contamos por miles en nuestros montes: hayas, encinas,
robles y boj. Todo a partir de sus anillos de crecimiento y el arco iris de
pigmentos. Al microscopio se vieron protozoos, bacterias, hongos y células.
Fascina saber que algunas de estas células, en concreto las de la punta,
permanecen inmortales desde que brotó la semilla y allí siguen en los numerosos
ejemplares, muchos de ellos singulares, que pueblan nuestros bosques.
Del gran encinar que fue Tierra
Estella hace cientos de años tenemos la gran encina de las tres patas de
Mendaza, la de Erául, la de Basaura en Améscoa y la de Cábrega. En Zudaire, no
muy lejos del lavadero, encontramos el centinela, un gran quejigo de 17 metros
de altura desde el que los vecinos controlaban el acceso al pueblo en tiempos
de guerra. También son famosos los quejigos de Learza, el arce de Lezaun el
haya del Monte Limitaciones, el tejo de Otsaportillo en Urbasa y los 19 álamos
del parque de El Ferial de Lodosa.
Sin pretender hacer de nuestra
comarca un Silicon Valley y a pesar de los centros tecnológicos con los que
contamos –unos con más fortuna en actividad que otros- el fomento de la ciencia
tiene todavía margen de crecimiento y es mucho más probable obtener entre
nuestros jóvenes talentos de la tecnología que deportistas de élite.
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