Juan Lobo 23/06/2017

Estos días de finales de junio marcan al mismo tiempo el término del curso escolar, el inicio del verano y el solsticio con la noche más corta y el día más largo. Alrededor de estas fechas eran muchas las celebraciones y ritos en nuestros pueblos, todos ellos relacionados con la naturaleza, con fiestas de recolección de ramas verdes en los campos cercanos. Muchas veces, los jóvenes sobre todo, pasaban toda la noche entre danzas y disfraces confeccionados con estas ramas y flores.

Un ejemplo de fiesta por San Juan es Torralba del Río y el baile de la balsa, aunque para decir verdad esta fiesta tiene muchos más componentes que el propio baile alrededor de un hombre enramado como protagonista.
Por un lado tenemos en Torralba los datos de la creación, el 30 de septiembre de 1375, de una hermandad de ballesteros para la defensa de la villa. No es de extrañar que en estos valles rodeados de peñas y sierras, en zona fronteriza del reino, Torralba tuviera que protegerse además de con una fuerte muralla de la que queda gran parte, con una partida organizada en la captura de bandidos y malhechores. También de esta hermandad es heredera, hoy en día sin fines belicosos, la Cofradía de San Juan. Todavía en 1605 los miembros de esta cofradía seguían portando ballestas y espadas, indicativo de que dos siglos después de su fundación era necesario el uso de la fuerza para la defensa de la villa.
En esta fiesta de Torralba conjugan también las leyendas de malvados que saqueaban los pueblos y se llevaban a las mujeres. Se cuenta que uno de estos bandidos –Juan Lobo, dicen que el último de los que había por estos valles- fue capturado en una de las peñas de la Sierra de Codés. Una vez apresado, fue trasladado a Torralba y ajusticiado junto a la balsa.
Es esta antigua historia –leyenda o realidad- la que se representa hoy en día en Torralba, pero está aderezada con otros ingredientes interesantes. Por ejemplo, el día empieza con auroras y le sigue una misa y procesión con San Juan ataviado con roscas hechas por los vecinos. Aquí tenemos, en poner alimentos junto a los santos -a veces son animales como el gallinero de Santo Domingo de la Calzada-, recuerdos de modas de la época barroca.
También hay en Torralba otra marcha cívica por las casas de los cofrades en la que se cantan coplillas y versos improvisados. Tampoco podía faltar la jota como baile, al compás de la gaita y alrededor de la balsa o en el frontón, una vez ajusticiado y muerto Juan Lobo, al que apodan también como moro.

El valor etnográfico de esta fiesta es incalculable, pero vale más el haber sobrevivido a los avatares modernos cuando Torralba, como otros pueblos de la zona, sufrió una fuerte emigración y el relevo generacional se vio comprometido. Además, es muy difícil transmitir este tipo de tradiciones a los jóvenes. El olvido y el desinterés, a veces resultan más dañinos para un pueblo que un bandido como Juan Lobo.


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