Una monografía sobre la
historia local es la mejor noticia cultural para un pueblo. Esta vez le ha
llegado el turno a Abárzuza de la mano de un libro cuyo autor, Javier
Marcotegui, por su conocida trayectoria profesional y política no necesita más
presentación.
Abárzuza está de enhorabuena y
es que la minuciosa labor recogida en estas páginas destila un sustento en
múltiples evidencias, signo inequívoco del empeño que ponemos los que somos
intrusos en la materia.
El libro narra historias
antiguas de sus gentes y términos. Destaca la relación tormentosa entre el
pueblo y el monasterio de Iranzu con infinidad de pleitos; cuando no era por
las rentas, era por los molinos, si no por el nombramiento de abades para la
iglesia, otras veces por el uso del agua y hasta por los palominos de la torre
llegaron a discutir. Sí, por el aprovechamiento de los pichones que en libertad
nacían y se criaban en la torre de la iglesia. El Concejo, que si eran suyos
porque la torre era la fortaleza del pueblo y para eso la habían cubierto ellos
y el abad que no, que las palomas eran suyas.
El tema de la alimentación no
fue baladí en Abárzuza, un pueblo cuya situación geográfica lo dejó expuesto a
grandes dificultades. Las tierras de labor no eran muchas, el agua escaseaba y
el aprovechamiento ganadero y forestal se topaba siempre con Iranzu. Por si
fuera poco las guerras asolaron las arcas locales: la de la Convención (1793)
dejó pagos y alistamientos, en la de la Independencia además de los pagos a uno
y otro bando, tres mil soldados franceses saquearon y quemaron el pueblo un 3
de junio de 1813 y en la última guerra carlista (1874), de nuevo la quema de
casas.
A pesar de las dificultades es
de admirar el tesón de los vecinos de Abárzuza para con su pueblo y si no vean
dos ejemplos de sendos parajes muy singulares.
El señorío de Andéraz, en
terreno fértil y productivo con palacio y trujal, fue comprado y parcelado por
el Ayuntamiento a la vez que cedió el uso del palacio a condición de que fuera
un colegio donde pudieran estudiar las niñas de Abárzuza desde 1922.
Por otra parte están las
numerosas fincas desamortizadas de Iranzu que fueron adquiridas por Agustín
Goizueta. Éste las vendió a un grupo de 31 vecinos de Abárzuza en 1876 que las
adquirieron en nombre del Ayuntamiento a quien finalmente las cedieron en el
año 1924.
Pero lo más interesante de la
historia de Abárzuza es sin duda un capítulo al que la historiografía no le da
mucha importancia, puede que por tener un componente legendario. El día 20 de
enero del año 707, seiscientos nobles navarros y el obispo de Pamplona
eligieron en los campos de Abárzuza al noble don García Jiménez como rey. Las
crónicas dicen que el primer rey de Pamplona -después Navarra- era señor de
Abárzuza y de Améscoa. Parece que recientemente se retiró de la iglesia el
cuadro recordatorio de esta elección, único signo visible de la efeméride. No
estaría de más que como mejor proceda, Abárzuza recuerde y reivindique el lugar
que le corresponde en la historia de Navarra; ser la cuna del reino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario