Acabo de terminar
la lectura del libro de Mikel Azurmendi En el Requeté de Olite, una obra
curiosa, diferente y original que muestra el desconocido mundo de los primeros
meses de la guerra civil desde los ojos de dos jóvenes carlistas. En sus
páginas he encontrado datos de la partida Barandalla, un grupo que combatía por
su cuenta dentro de aquel caos que fue el verano de 1936.
La partida
Barandalla fue como el contrapunto o la antítesis a lo sucedido en 1933 en
varios pueblos de La Rioja como Briones o San Asensio cuando una insurrección
anarcosindicalista proclamó el comunismo libertario: reparto de armas y
municiones, fuego a las iglesias, reparto de bienes y alimentos, abolición de
la propiedad privada y de la moneda y amor libre, es decir relaciones soberanas
fuera de cualquier moral, prejuicio o constreñimiento estatal, religioso o
familiar.
El germen de la
partida Barandalla lo encontramos en Úgar en 1932 cuando uno de los promotores,
el cura José Ulíbarri, quemó una bandera republicana en el balcón de la casa
del concejo. Pues bien, este cura de Úgar junto con su homólogo de Lezaun,
Mónico Azpilicueta y el alcalde de Echarri, Benedicto Barandalla –de ahí el
nombre de la partida- encabezaron a un centenar de muchachos del valle de Yerri
y de la Barranca, liaron sus bártulos y con noventa fusiles se echaron al
monte.
Su primer
objetivo era llegar hasta Alsasua para deponer el único ayuntamiento socialista
de la Barranca, pero el coronel Cayuela se les adelantó unas horas. Ya sin
objetivos, a los curas se les disolvió la partida. Sin embargo, la mitad de los
sublevados consiguieron reunirse de nuevo a la promesa de Benedicto Barandalla
que tras alojarlos y alimentarlos durante dos días consiguió juntar una leva de
doscientos muchachos. El día 22 de julio volvieron a partir sin apenas armas,
con un rebaño de ovejas con el que se iban alimentando y para menesteres sacros
uno de los dos curas sublevados, el de Lezaun, Mónico Azpilicueta.
Instalados en el
alto de Lizarrusti, la partida nunca actuaba en bloque sino a la vieja usanza
carlista de desplegarse a derecha e izquierda de algún destacamento militar. A
parte de tomar la aldea de Atáun, reponer crucifijos en las escuelas y obligar
al vecindario a rezar rosarios públicos, la partida Barandalla sólo tuvo un
hecho de armas notorio. Sucedió cuando una de las patrullas descendió desde la
sierra de Aralar hasta los alrededores de Lazcano. En Lazcano, el que hacía de
sargento fue engañado como un niño por un viejo conocido e invitado a tomar
algo en un acuartelamiento de miqueletes (republicanos). Pasó dentro, lo
desarmaron y con ello detuvieron a los 23 requetés de la patrulla que fueron
llevados presos a la cárcel de Ondarreta en San Sebastián.
Ante la evidente
falta de visión estratégica, la partida desapareció quedando integrada
finalmente en el ejército sublevado. Pero aquellos mozos del valle de Yerri no
se sentían cómodos en el ejército, sino que estaban obligados a ser
conquistadores cuando lo que realmente querían ser era liberadores. Resulta
curioso el concepto, uso y aplicación de la palabra libertad por parte de unos
y otros pero con la fuerza que dan las armas: unos aboliendo la propiedad
privada y otros obligando a rezar rosarios.
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