Lezáun, Úgar y la partida Barandalla 03/02/2017


Acabo de terminar la lectura del libro de Mikel Azurmendi En el Requeté de Olite, una obra curiosa, diferente y original que muestra el desconocido mundo de los primeros meses de la guerra civil desde los ojos de dos jóvenes carlistas. En sus páginas he encontrado datos de la partida Barandalla, un grupo que combatía por su cuenta dentro de aquel caos que fue el verano de 1936.

La partida Barandalla fue como el contrapunto o la antítesis a lo sucedido en 1933 en varios pueblos de La Rioja como Briones o San Asensio cuando una insurrección anarcosindicalista proclamó el comunismo libertario: reparto de armas y municiones, fuego a las iglesias, reparto de bienes y alimentos, abolición de la propiedad privada y de la moneda y amor libre, es decir relaciones soberanas fuera de cualquier moral, prejuicio o constreñimiento estatal, religioso o familiar.
El germen de la partida Barandalla lo encontramos en Úgar en 1932 cuando uno de los promotores, el cura José Ulíbarri, quemó una bandera republicana en el balcón de la casa del concejo. Pues bien, este cura de Úgar junto con su homólogo de Lezaun, Mónico Azpilicueta y el alcalde de Echarri, Benedicto Barandalla –de ahí el nombre de la partida- encabezaron a un centenar de muchachos del valle de Yerri y de la Barranca, liaron sus bártulos y con noventa fusiles se echaron al monte.
Su primer objetivo era llegar hasta Alsasua para deponer el único ayuntamiento socialista de la Barranca, pero el coronel Cayuela se les adelantó unas horas. Ya sin objetivos, a los curas se les disolvió la partida. Sin embargo, la mitad de los sublevados consiguieron reunirse de nuevo a la promesa de Benedicto Barandalla que tras alojarlos y alimentarlos durante dos días consiguió juntar una leva de doscientos muchachos. El día 22 de julio volvieron a partir sin apenas armas, con un rebaño de ovejas con el que se iban alimentando y para menesteres sacros uno de los dos curas sublevados, el de Lezaun, Mónico Azpilicueta.
Instalados en el alto de Lizarrusti, la partida nunca actuaba en bloque sino a la vieja usanza carlista de desplegarse a derecha e izquierda de algún destacamento militar. A parte de tomar la aldea de Atáun, reponer crucifijos en las escuelas y obligar al vecindario a rezar rosarios públicos, la partida Barandalla sólo tuvo un hecho de armas notorio. Sucedió cuando una de las patrullas descendió desde la sierra de Aralar hasta los alrededores de Lazcano. En Lazcano, el que hacía de sargento fue engañado como un niño por un viejo conocido e invitado a tomar algo en un acuartelamiento de miqueletes (republicanos). Pasó dentro, lo desarmaron y con ello detuvieron a los 23 requetés de la patrulla que fueron llevados presos a la cárcel de Ondarreta en San Sebastián.
Ante la evidente falta de visión estratégica, la partida desapareció quedando integrada finalmente en el ejército sublevado. Pero aquellos mozos del valle de Yerri no se sentían cómodos en el ejército, sino que estaban obligados a ser conquistadores cuando lo que realmente querían ser era liberadores. Resulta curioso el concepto, uso y aplicación de la palabra libertad por parte de unos y otros pero con la fuerza que dan las armas: unos aboliendo la propiedad privada y otros obligando a rezar rosarios.

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