Desde este Viernes de Dolores
ya sólo falta una semana para que vuelva a desfilar la procesión del Santo
Entierro por las calles de Estella. El acto, con el permiso del Vía Crucis de
Andosilla o de la interesante procesión de Los Arcos con un curioso Cristo
articulado, es lo más destacado de la Merindad en Semana Santa. El año que
viene se cumplirán 25 años desde su feliz recuperación. Pero ¿por qué se
perdió? ¿qué puede ocurrir para que en un momento podamos terminar con siglos
de historia y tradición?
Si hacemos un repaso histórico
debemos fijarnos en la Cofradía de la Vera Cruz, fundada en el convento de San
Francisco en 1567. Esta cofradía se encargaba, además de organizar las
procesiones de Domingo de Ramos, Jueves Santo y Viernes Santo, de asistir a los
reos de muerte, actividad que llevó a cabo hasta 1897.
La ciudad de Estella siempre
fue patrona única de la cofradía. De hecho, el prior lo nombraba el
Ayuntamiento y durante la guerra de la Independencia sus juntas se celebraron
en la secretaría municipal.
En el año 1790 ya consta una
mejora de la efigie de la Cruz a Cuestas y de la Oración en el Huerto, muy
deterioradas, por lo que encargaron al escultor local Lucas de Mena labrarlas
de nuevo. En 1883 la imagen de la Virgen de los Dolores resultaba inadecuada
para el celoso capellán, Joaquín Elizalde, quien tomó la iniciativa de adquirir
una nueva en Barcelona para lo que asoció a unas señoras consiguiendo 5400
reales vellón puesto que la cofradía no disponía de fondos.
Ya en época más reciente, desde
1914, la Hermandad cayó en un cierto abandono aunque en 1919 se compró en Olot
La Oración del Huerto por 1500 pesetas y en 1930 el diputado Pedro Munárriz
regaló una talla de la Verónica y un manto bordado.
Con la llegada de la II República,
la autoridad concedió permiso para la celebración de la procesión de 1932, pero
no lo permitió en 1933 ni tampoco en los años siguientes, lo cual provocó la
enérgica protesta de la Hermandad.
Después de la guerra civil se
repitieron los intentos para promocionar la procesión del Santo Entierro, e
incluso se reorganizó la estructura de la Junta Directiva con nuevos estatutos.
Sin embargo, estas medidas no evitaron una nueva decadencia que acabó con la
procesión en 1973.
Goñi Gaztambide explica esta suspensión
perfectamente: no se hundió por sí misma, sino que la empujaron para que cayera
gentes interesadas en introducir una nueva religiosidad. La mala interpretación
del Concilio, el desprecio hacia las manifestaciones populares, el intentar
crear una iglesia utópica de tinte centro o norte europeo, mal avenida con el
carácter mediterráneo y las tensiones políticas de los años 70 colaboraron en
ello.
Unos lustros después, otras
gentes amantes de las tradiciones y de distintas ideologías políticas restauraron
la Hermandad y la procesión: Ignacio Sanz de Galdeano (prior nombrado por el
Ayuntamiento), Domingo Albizu, Esteban Isaba, Eduardo Enríquez, Jesús Campos y
decenas de personas anónimas permitieron que se vuelva a ver en Estella “El
Aire”, uno de los elementos que desfila simbólicamente en la procesión junto
con el fuego, la tierra y el agua.
Sí, esto de “ver el aire” les
puede sonar infantil, pero es el reflejo de otros tiempos hechos a medida de
gentes sencillas y humildes que tiene su punto de fascinación en la penumbra de
las estrechas calles del casco viejo estellés.
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