Hace ya algún tiempo que recibí de uno de los seguidores
de esta sección una encomienda. Esta palabra, que significa encargo,
también quiere decir renta sobre un territorio.
La encomienda
del lector fue que escribiera acerca de Aberin y su origen, encargo que
acepto encantado. Porque resulta curioso cómo nos empeñamos muchas veces en
buscar historias sobre templarios y rodearlas de misterios o leyendas
esotéricas: a cualquier templo que difiere un poco de los demás –como Eunate o
el Santo Sepulcro de Torres del Río- lo tildamos de templario. Y sin embargo,
tenemos el caso de Aberin que pasa desapercibido aunque sepamos con total
seguridad que allí se estableció la orden del Temple en 1177. Fueron estos
famosos caballeros los que construyeron la iglesia -que se conserva íntegra- y
junto a ella un monasterio del que quedan restos de arcos y murallas.
Los templarios
eligieron el camino jacobeo para su encomienda. Estos frailes guerreros
de vida pobre, organizaron en Aberin una explotación agrícola, ganadera,
molinera y maderera para mantener su ejército en Tierra Santa y en los reinos
hispánicos. Desde Aberin, los frailes ejercieron su labor aportando bienes al
patrimonio de la orden. En cuanto a las actividades religiosas, no faltaba el
culto al “Lignum Crucis” y la asistencia a los peregrinos en un
albergue-hospital situado en las mismas dependencias del monasterio.
Conocemos los
nombres de varios comendadores de Aberin, el primero Aimerich de Estuga. Cuando
se suprimió la orden, en 1312, Aberin pasó a manos de otra organización
religiosa y militar, la Orden de Malta o de San Juan. Los nuevos propietarios
adaptaron el castillo templario a sus necesidades, por lo que sufrió diversas
reformas aunque su estructura básica permaneció inalterada.
Los mayores
deterioros del monasterio de Aberin ocurrieron con la desamortización y las
guerras carlistas. Incluso de este capítulo hay testimonio visible en nuestros
días: fíjense en los impactos que los cañonazos dejaron en el exterior de las
ventanas del ábside de la iglesia de Aberin.
Y hoy en día ¿le
puede interesar a la gente este sitio, al margen de lo recogido en los libros
de historia? Sólo con acercarse a la cabecera de la iglesia de Aberin, podrán
disfrutar con una de las vistas más bellas de la Solana: el curso del río Ega,
Santa Bárbara de Oteiza, Arínzano y la campiña de Baigorri. Muchas veces no hay
que subir grandes cumbres para apreciar un paisaje, sino que se disfruta más de
las cosas cuando se contemplan de cerca. Les encomiendo que lo visiten
porque después de todo, este lugar sigue siendo lo mismo que antaño: una
explotación rural, anónima y silenciosa.
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