Salvo que alguien me corrija y con permiso de alguna jota
o aurora, nadie había cantado al Ega hasta que Patxi Ugarte compuso la canción A
mi río en chamamé, un hermoso bolero interpretado por el grupo Fresno en su
último disco y que comienza así: “Viene crecido el río de mi niñez, ese que
moja historias intemporales, testigo fiel de amores de atardecer, de lunas
luminosas primaverales. Arrastra en su caudal tantos secretos, se lleva entre
sus aguas el corazón de los que en su ribera se prometieron un eterno amor”.
Efectivamente,
estos días el río bajaba tan crecido que la población de Estella miraba de
reojo a la consabida bola del puente, referencia de una posible salida de
caudal por las huertas y campos de la cuenca. Pero los ríos son tan cambiantes
como la vida y ya ni siquiera la vieja bola es del todo fiable para indicar el
caudal del Ega porque la fuerza de la corriente y los dragados -o la ausencia
de éstos- varían no poco la capacidad del Ega. Las inundaciones son una de las
cosas que vemos como dañinas y perjudiciales, pero a la larga nos traen un
beneficio. Si no fuera por ellas no tendríamos ni la fertilidad ni los
componentes que hacen de las huertas de Legaria, Murieta, Valdelobos o Noveleta
unos terrenos óptimos para la producción de verduras.
A lo largo de la historia, muchas han sido las crecidas del Ega
en Estella. Especialmente duras fueron las primeras inundaciones de las que
tenemos constancia -en de mayo de 1475- ya que pocos meses después, el 22 de
diciembre, la princesa Leonor tuvo que eximir a Estella del pago de la mitad de
los cuarteles durante diez años. La riada había sido tan grande y los destrozos
tan numerosos que buena parte de la población abandonó la ciudad.
En agosto de
1612 y en noviembre de 1625, se cuenta que la reliquia de San Andrés fue sacada
en procesión para amainar las aguas y de ahí el reconocimiento de su patronazgo
sobre la ciudad. También hubo riadas en mayo de 1801, enero de 1831 y diciembre
de 1889. La crecida, otra vez en diciembre, de 1960 llegó hasta el metro de
altura en la zona del Ayuntamiento y provocó daños en varios negocios.
Pero no solo Estella se ha visto afectada por las salidas del
Ega. En 1925 el río se llevó el puente entre Zubielqui y Arbeiza y los
primeros, que no necesitaban del puente para llegar a su pueblo, se
desentendieron del arreglo.
A pesar de tantos avatares debemos al Ega, a este río que desde
Marañón a San Adrián recorre nuestra comarca, más de lo que se ha llevado:
fundación de ciudades y pueblos en su orilla, huertas, molinos, pesca,
centrales eléctricas e industrias como la de los curtidos, además de zonas de
recreo y baño o incluso el apodo de los de San Adrián, a los que llaman
aguachinaos por quedar rodeados entre el Ega y su final, el gran río íbero.
La última
crecida ya pasó y al igual que en el canto de Fresno, “el puente del Azucarero
te ve pasar enojado en enero bajando bravo, pero sabe que en julio tu volverás
a acariciar sus pies sereno y manso”.
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