Cualquiera puede pensar que el mitificado salto de la reja
por parte de los almonteños para sacar en procesión a la Virgen del Rocío es
una tradición muy lejana a nosotros, no sólo por la distancia sino por el
carácter de la gente y lo distinto de nuestras tradiciones. Sin embargo, si
analizamos un poco más a fondo este hecho encontramos bastantes similitudes que
nos hacen descubrir las características de los templos y los usos que se les
daba en la época barroca.
En el Rocío, los primeros
documentos de la romería son del siglo XVII. En el siglo XVIII se construyó una
nueva ermita tras el derrumbe de la anterior por el terremoto de Lisboa y en
época moderna se levantó el actual santuario que sigue los modelos barrocos y
mantuvo la reja para separar el presbiterio del resto del recinto.
En Tierra Estella hay al menos
tres ermitas que conservan esta reja de separación: Codés en Torralba del Río,
Mendía en Arróniz y la Basílica de Luquin. La finalidad de la reja es la misma
en todos los casos: dividir la iglesia en dos partes o, mejor dicho, habilitar
un espacio donde los peregrinos pudieran descansar y esperar a las horas de
culto que era cuando se abría la reja. Los de Almonte, impacientes, la saltaron
un año y se generó la tradición. En pueblos como Luquin la gente también se
agolpaba en gran número delante de la reja. Hay testimonios de la llegada de
numerosos romeros a Luquin en caballerías y carros.
Recientemente se ha reabierto
esta basílica de Luquin tras años de restauración. Y sí, al visitarla nos llamó
la atención la gran reja que separa la nave del crucero y que fue realizada en
1760 por el maestro de Elorrio Rafael Amezúa. Era Rafael Amezúa un prestigioso
herrero que junto a su hermano Gaspar fueron los encargados de hacer, tres años
más tarde que en Luquin, la reja de la catedral de Valladolid, de dimensiones
descomunales y que hoy se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York. El
prestigio de estos hermanos vizcaínos ya venía de otras rejas que hicieron para
la catedral de Cuenca o de los balcones del Ayuntamiento de Mondragón. Los de
Luquin nunca han escatimado recursos para su basílica. Otro ejemplo de ello es
el del escultor estellés afincado en Sesma, Lucas de Mena. Era el mejor
escultor de Navarra y trabajó en los retablos de la basílica de Luquin. Es
precisamente en el ajuar litúrgico donde se encuentra la verdadera riqueza del
conjunto: policromía, realismo en las figuras y un éxtasis rococó que anonada y
satura los sentidos.
Otra particularidad del lugar
es que está dedicado a dos Vírgenes: la del Remedio, gótica, y la del Milagro,
renacentista. Las dos se rodean de un perfecto marco barroco. Lo completan
cuadros y recuerdos de donaciones como agradecimiento a favores recibidos. ¿Qué
cuál ha sido el último milagro? Seguramente el que en estos tiempos de
increencia, ateísmo y postcristianismo con los templos vacíos, se haya
arreglado y reabierto un lugar de oración como es esta basílica de Luquin.
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