Hace unos días que el alcalde
de Salinas de Oro explicaba el retraso de un proyecto de baños en el municipio,
alrededor del manantial salino que aflora en esta localidad. Las completas
explicaciones del primer edil se pueden resumir en tres palabras: falta de
recursos o lo que es lo mismo, de dinero.
Ante esta situación es evidente
que no se puede aspirar a un sueño que sería perfectamente realizable si las
principales instituciones forales se implicaran en el apoyo a la iniciativa. A
estas alturas no les voy a descubrir –porque seguro ya lo conocen- a los
agentes que trabajan de forma ímproba en la promoción de Salinas de Oro y del
medio rural de Tierra Estella (algunos ayuntamientos, Teder y Tierras de
Iranzu) el ejemplo cercano de Añana. Pero el hecho es que una inversión de
varios millones de euros (el proyecto de Salinas de Oro rondaba los 300.000 €)
ha transformado completamente esta localidad alavesa. Son casos comparables y
muy similares: lugares apartados, medio rural y pequeñas poblaciones en un
descenso demográfico más acusado que en otras por el declive de una actividad
artesanal ante la aparición de salineras modernas como Torrevieja.
En Salinas de Oro, con
milenaria historia alrededor de un castillo desde los orígenes del reino de
Pamplona, la actividad salinera es tan antigua como en Añana. Desde que los
romanos trajeron su civilización, la sal ha sido un elemento clave en la
conservación de alimentos y en su consumo. En el siglo XII los monasterios de
Irache e Iranzu ya tenían salineras en este pueblo. La producción y el comercio
de este mineral fue uno de los monopolios durante la Edad Media, unas veces
administrado directamente por la corona y otras en arriendo temporal. Los
derechos sobre la venta de la sal eran del 20% de lo recaudado, lo que hoy
sería un IVA bastante gravoso. Tanto es así que en el año 1364 Salinas de Oro
produjo unos beneficios al fisco de 2720 sueldos. En Estella, la sal se expedía
en un chapitel o almacén y como Navarra era deficitaria de sal se prohibió la
exportación e incluso hubo que importarla del vecino reino de Aragón. En 1860
había en Salinas de Oro 135 casas o depósitos de sal frente a 2 de Elgorriaga,
Guenduláin o Cizur y una que había en Undiano. Esta diferencia de cifras nos da
una idea de la importancia que la sal tuvo para Salinas de Oro, que contaba ese
año con más de 600 habitantes, casi seis veces más que en la actualidad.
Harían bien en Salinas de Oro
en no desesperar ni desechar esfuerzos ni proyectos. Quizá llegue un día en
que, como al otro lado de la muga, se ejecuten proyectos ambiciosos. La clase
política no debería medir ni trasladar a la opinión pública solamente el gasto
o la sostenibilidad económica directa (Añana es sostenible medioambientalmente
pero dudoso económicamente). Inversiones tan criticadas como el Tren de Alta
Velocidad, el pabellón deportivo o el circuito de velocidad no solo se miden
por su coste directo sino por la riqueza y transformación social que generan
alrededor. Pero para actuar así nos faltan cualidades como arrojo, valentía,
orgullo y visión de futuro.
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