Sal de Oro 13/04/2018


Hace unos días que el alcalde de Salinas de Oro explicaba el retraso de un proyecto de baños en el municipio, alrededor del manantial salino que aflora en esta localidad. Las completas explicaciones del primer edil se pueden resumir en tres palabras: falta de recursos o lo que es lo mismo, de dinero.

Ante esta situación es evidente que no se puede aspirar a un sueño que sería perfectamente realizable si las principales instituciones forales se implicaran en el apoyo a la iniciativa. A estas alturas no les voy a descubrir –porque seguro ya lo conocen- a los agentes que trabajan de forma ímproba en la promoción de Salinas de Oro y del medio rural de Tierra Estella (algunos ayuntamientos, Teder y Tierras de Iranzu) el ejemplo cercano de Añana. Pero el hecho es que una inversión de varios millones de euros (el proyecto de Salinas de Oro rondaba los 300.000 €) ha transformado completamente esta localidad alavesa. Son casos comparables y muy similares: lugares apartados, medio rural y pequeñas poblaciones en un descenso demográfico más acusado que en otras por el declive de una actividad artesanal ante la aparición de salineras modernas como Torrevieja.
En Salinas de Oro, con milenaria historia alrededor de un castillo desde los orígenes del reino de Pamplona, la actividad salinera es tan antigua como en Añana. Desde que los romanos trajeron su civilización, la sal ha sido un elemento clave en la conservación de alimentos y en su consumo. En el siglo XII los monasterios de Irache e Iranzu ya tenían salineras en este pueblo. La producción y el comercio de este mineral fue uno de los monopolios durante la Edad Media, unas veces administrado directamente por la corona y otras en arriendo temporal. Los derechos sobre la venta de la sal eran del 20% de lo recaudado, lo que hoy sería un IVA bastante gravoso. Tanto es así que en el año 1364 Salinas de Oro produjo unos beneficios al fisco de 2720 sueldos. En Estella, la sal se expedía en un chapitel o almacén y como Navarra era deficitaria de sal se prohibió la exportación e incluso hubo que importarla del vecino reino de Aragón. En 1860 había en Salinas de Oro 135 casas o depósitos de sal frente a 2 de Elgorriaga, Guenduláin o Cizur y una que había en Undiano. Esta diferencia de cifras nos da una idea de la importancia que la sal tuvo para Salinas de Oro, que contaba ese año con más de 600 habitantes, casi seis veces más que en la actualidad.
Harían bien en Salinas de Oro en no desesperar ni desechar esfuerzos ni proyectos. Quizá llegue un día en que, como al otro lado de la muga, se ejecuten proyectos ambiciosos. La clase política no debería medir ni trasladar a la opinión pública solamente el gasto o la sostenibilidad económica directa (Añana es sostenible medioambientalmente pero dudoso económicamente). Inversiones tan criticadas como el Tren de Alta Velocidad, el pabellón deportivo o el circuito de velocidad no solo se miden por su coste directo sino por la riqueza y transformación social que generan alrededor. Pero para actuar así nos faltan cualidades como arrojo, valentía, orgullo y visión de futuro.


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