Tengo tres lugares favoritos
para otear Tierra Estella y contemplar bellos atardeceres. Me gusta hacerlo a
menudo, sobre todo en primavera. Primero, Santa Coloma en Mendaza, después Lazkua
en Erául y por último el castillo de Monjardín. La semana pasada, después de
mucho tiempo, subí a Monjardín. Las vistas, como siempre, espectaculares. El
problema lo encontré en el propio castillo donde los gamberros, insensibles e
intolerantes se han impuesto en forma de pintadas vergonzantes. Han tachado
carteles y ensuciado las paredes de este lugar milenario.
Las piedras que sostienen
Monjardín hunden sus raíces en la historia más antigua de nuestra tierra y los
muros que se levantaron sobre ellas son testigos de capítulos claves como la invasión
musulmana tras la caída de los reinos godos. En Monjardín se hicieron fuertes
los Banu Casi de Tudela en el siglo IX. El rey de Pamplona, Sancho Garcés I,
conquistó Monjardin a comienzos del siglo X dando un espaldarazo a la expansión
del reino pirenaico. Hasta este lugar se extendió también la incipiente
diócesis de Pamplona y el prestigio de Monjadín se acrecentó cuando el rey
Sancho y su sucesor, García Sánchez, se hicieron enterrar en esta atalaya.
También Monjardín fue escenario
de la famosa lucha entre Roldán y Ferragut y del desarrollo del camino de
Santiago a sus pies en la época medieval: hospital de peregrinos, aljibe gótico
costeado por un peregrino para el servicio de la ruta y asentamiento de monjes
franceses en la fortaleza venidos por la vía de peregrinación.
Monjardín siguió siendo clave
en la defensa del reino, como vemos en la conquista castellana de 1512, cuando
se refugiaron en el castillo los últimos defensores de Navarra tras la caída de
Estella. Después de la conquista por las huestes de Fernando el Católico, el
castillo pasó a pertenecer al conde de Lerín gracias a lo cual se salvó de las
órdenes de demolición de 1521 y constituye, hoy en día, uno de los hitos más
señeros dentro del menguado elenco de castillos del antiguo reino.
Hace más de una década, el
Gobierno de Navarra invirtió 600.000 € en consolidar y recuperar este castillo.
Tras aquella inversión se inició un modelo de gestión que convirtió a Monjardín
en un foco de atracción turística de Tierra Estella con visitas guiadas,
jornadas de divulgación, conferencias, conciertos, publicaciones, estudios
arqueológicos e incluso recuerdo una obra de teatro en los viejos muros de
Monjardín.
Hoy, varios lustros después, el
castillo está de nuevo en una fase de preocupante decadencia: sucio, abierto y
por lo tanto expuesto al gamberrismo y lo que es peor, a cualquier accidente, y
sin visos de cuidado del lugar por parte de las instituciones. Es normal,
muchas veces las administraciones públicas se muestran incapaces de gestionar estos
monumentos. Es en este momento cuando la ciudadanía debe empujar para que
Monjardín vuelva a ser un referente y buscar la colaboración de colectivos
sociales y agentes públicos o por qué no privados, que desarrollen modelos de
gestión adecuados para que, como en este caso, no tengamos que lamentar la
lapidación de inversiones públicas millonarias. Y es que tan importante es
lanzar un proyecto y conseguir los recursos iniciales, como saber mantenerlo y
gestionarlo.
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