Aunque ya pasan
siete minutos de las diez, la mañana es heladora en Estella. Avanzo entre
puestos azotados por el viento. Parece como si la escasa distancia entre los
toldos fuera un abismo por donde se desparrama una corriente gélida. El frío baja
por la calle del obispo y se instala en los porches donde todavía el sol de febrero
no calienta lo suficiente. La clientela es escasa, como no lo había visto
nunca. Los vendedores también han fallado y de nuevo no encuentro mi tenderete
favorito de fruta y verdura. Ya no me vale la excusa de las vacaciones o una
enfermedad. Dicen que no hay relevo en los tenderos, las ventas han bajado y el
arriendo del suelo de esta plaza es el más caro de Navarra. Resulta paradójico
sobre todo si nos atenemos a la historia de este mercado que nació como un
negocio franco y poco gravado de impuestos.
Al llegar frente
a uno de los palacios dieciochescos me encuentro con Ramón, el vecino, y me
dice que hace tiempo que la plaza va de caída. Supongo que será por este duro invierno
de fríos y gripe, ero él lo niega diciendo que no es algo estacional. Los
clientes son mayores y admite con tristeza la merma natural que hace el paso
del tiempo. Compruebo que, efectivamente, no es un lugar cómodo sobre todo para
el merindano que ha de aparcar distante y acarrear la compra. Siguiendo el
paseo, al llegar al kiosco tampoco están los vendedores de plantas y árboles
frutales. La gente prefiere comprar en los almacenes especializados que han
abierto en un polígono cercano. Me resisto encabezonado en que con la Semana
Santa y el buen tiempo el mercado del jueves remontará, pero de nuevo Ramón me
contradice. Ni siquiera los vascos que pasan las vacaciones en la colonia de
Irache bajan ya a comprar –afirma- porque están fascinados con una gran
superficie de estas que abundan en la periferia de la ciudad.
Así que para
salir de la tristeza de un mercado agónico me refugio en el bar de referencia,
uno de los pocos que ponen posavasos, ofrecen vino en copa grande y en la
terraza muestran la botella antes de servir. Apostado en la barra contemplo la
plaza del Mercado Nuevo. Así era su nombre, luego de la Constitución, más tarde
de Los Fueros, a nivel popular de San Juan pero en cualquier caso, siempre la
del mercado.
Primero fue el
Mercado Viejo en San Miguel, donde comenzó a celebrarse todos los jueves allá
por 1164. El auge de los primeros años hizo que el espacio no fuera suficiente
y cuando se fundó la nueva población de San Juan, en 1187, se dotó de un lugar
amplio para celebrar el mercado. Los de San Miguel, al marcharse el mercado,
protestaron al rey y consiguieron recuperarlo en 1254 aunque en 1280, en
tiempos de la reina Juana I de Navarra, el mercado volvió a San Juan.
Me pregunto si
estamos viendo el final de un ciclo que dura 830 años, si hay alguna solución a
aplicar y si es mejor intervenir o dejar que actúe la economía capitalista de
libre mercado. Vuelvo a casa sin mucha esperanza. Todavía estaba por llegar el
jueves posterior a la nevada, sí, el de la semana pasada donde quedó demostrada
la incompetencia e ineficacia de los responsables públicos. Precisamente donde
más se manifestó, fue en el mercado del jueves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario