A finales del
siglo XIX hubo en Larrión un maestro de escuela un tanto peculiar. El maestro
se llamaba José María Lacunza Vidaurre, era natural de Riezu y en 1896 ya
ejercía, con 37 años, en Bearin. Hasta aquí todo en orden, si no fuera porque
pide marcharse de Bearin y permutar su puesto con el de Larrión. Al parecer,
Lacunza tenía un enfrentamiento con el concejo de Bearin. Los de Larrión,
enterados de los antecedentes se negaron en rotundo al cambio, pero de poco
sirvió porque finalmente el inspector de Educación concedió la permuta entre
los maestros.
José María
Lacunza llegó a Larrión con un sueldo de 300 pesetas, el mismo que cobraba en
Bearin, equivalente a 60 robos de trigo. Los de Larrión pretendían que el
maestro hiciera por el mismo sueldo las veces de sacristán, cosa a lo que el
maestro se negó. No es difícil adivinar el motivo de esta negativa, en ningún
caso ideológico sino económico, ya que Lacunza ejercía de vigilante en la
cárcel de Estella por un sueldo de 700 pesetas. Para atender la doble ocupación
de maestro y vigilante de la cárcel de Estella, hacía turno de noche como
carcelero.
La negativa del
maestro a ejercer de sacristán no debió gustar al párroco –Ecequiel Larumbe-
que pronto entró en escena de la manera más llamativa y no muy acorde al
terreno sagrado. El 22 de agosto de 1897, mientras el maestro dirigía el rezo
del Santo Rosario, el cura lo echó de la iglesia a gritos de escandaloso,
estúpido y necio. No quedó ahí el celoso párroco –faltaría más- sino que
aconsejó a los padres de los niños que no los mandasen a la escuela porque de
lo contrario caerían en pecado mortal. El efecto amenazador del párroco tuvo
repercusión inmediata y la escuela se vació de niños. Ante la situación
generada –sin clases, sin exámenes de fin de curso ni dinero para material
escolar- tuvo que intervenir la Junta Provincial de Instrucción para que los
niños regresaran a la escuela. Parece que la situación recobró la normalidad en
diciembre, cuando los escolares de Larrión hicieron por fin los exámenes.
Poco había de
durar la tranquilidad en la escuela de Larrión ya que en el mes de mayo el
maestro fue detenido y encarcelado en Estella. Sí, en la cárcel en la que
ejercía como vigilante. Para mayor paradoja, en la misma fecha el párroco de
Larrión, Ecequiel Larumbre, cesa para tomar posesión como capellán del
Correccional de Estella.
La historia
termina con el maestro juzgado y condenado a multas e inhabilitaciones por un
delito de estafa contra un vecino de Izurzu. Tras la condena, José María
Lacunza pudo iniciar una nueva vida en Pamplona donde abrió una escuela privada
en la calle Descalzos y más tarde trabajó como agente comercial. Una vida
azarosa con un meritorio fruto, su hija María Lacunza, nacida en Pamplona en
1900 y que fue la primera mujer colegiada en el Colegio de Abogados de Pamplona
(1927).
Por su parte,
Ecequiel Larrumbe terminó sus días en Estella donde fue capellán del Santo
Hospital y Casa de Misericordia y director espiritual del Círculo Católico de
Obreros.
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