El crimen de Zufía 24/11/2017


Cada rincón de nuestros pueblos está cargado de historias y en algún caso, como el que nos ha tenido ocupados últimamente, señalado y tallado en piedra. Se conserva en la fachada de una casa de la calle Mayor de Zufía una inscripción labrada que dice: “Aquí murió Miguel García el 30 de septiembre de 1860”. Para ser más precisos y corregir al cantero, diremos que más que morir lo mataron.

El finado, Miguel García, nada tenía que ver con la casa ni tampoco con el pueblo porque era un forastero vecino de Ázqueta. El contexto del crimen, por la fecha de los autos, fue sin duda las fiestas patronales de Zufía que todavía se siguen celebrando por San Miguel (29 de septiembre), haciendo este pueblo caso omiso de las modas que han impuesto, con o sin refrendos, cambios en las fiestas a fechas veraniegas.
La partida de defunción del libro parroquial de difuntos de Zufía que se inicia en el año 1600 y que ha aparecido milagrosamente este verano, dice que Miguel García, de Ázqueta, soltero, de 26 años e hijo de José García, ya difunto, y de María Ángela Ros, falleció a mano airada a las once de la noche de aquel 30 de septiembre y fue enterrado al día siguiente en Zufía, una vez autorizado por el juez.
En la Audiencia Provincial y en el Archivo General de Navarra se conservaba el expediente de los hechos, pero a principios del siglo XX se destruyó toda esta documentación. No sin esfuerzo hemos encontrado la sentencia condenatoria por este crimen. El asesino era Lorenzo Pascual Zubiría, de 33 años, casado, labrador, bracero y vecino de Igúzquiza. Lorenzo Pascual fue declarado huido y contumaz, vamos que puso los pies en polvorosa y nunca más se supo de él (probablemente huyó a América). Seguramente le pesó la pena, de muerte y a ejecutarse en Estella, además del pago de una indemnización de 3000 reales de vellón a la madre del difunto, Maria Ángela Ros.
La sentencia deja entrever el móvil del crimen que además dice se produjo con alevosía y sin circunstancias atenuantes. Fue debido a un famoso juego de cartas, El Parar. Advierte el juez que habiéndose acreditado el juego prohibido del parar, remítase al alcalde del distrito de Metauten para que en el correspondiente juicio proceda con arreglo a derecho, es decir que prohíba el juego. En Zufía siempre fue muy conocido este juego e incluso las cartas las facilitaba el concejo con un sello en el reverso para evitar trampas. El juego de El Parar, azar puro y sin lugar a la estrategia o a demostrar pericia en las jugadas, movió fortunas con apuestas de personas de toda clase y condición. La copla dicta: “El cura de Falces y el de Bargota, se juegan el dinero al parar o a la pelota”.
Por último, por tradición oral y gracias a Pablito Sanz, vecino de Ázqueta, sabemos que todavía se conserva la casa del difunto Miguel García, marcada con el número 6 de la calle Carretera y que en otros tiempos fue un bar. El Archivo General Militar de Segovia nos ha confirmado lo que Pablito nos contó: Miguel García Ros, de 26 años, era un Cabo 1º de Infantería destinado en Santander y cuando murió había servido durante 4 años en el Ejército.

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