El próximo 9 de marzo se
cumplen 100 años del fallecimiento de la Condesa de la Vega del Pozo en la
soledad de un hotel de Burdeos. Doña Diega Desmaissières y Sevillano, así se
llamaba la acaudalada dama, dejó una enorme fortuna y abundantes propiedades
como el palacio de Dicastillo, de donde era originaria su familia y varios de
sus títulos nobiliarios cual Vega del Pozo o Jorbalán, tomado éste último de un
topónimo local.
Una de las piezas más valiosas
que dejó en el palacio de Dicastillo es el Mausoleo del perro Merlín, atribuido
a Mariano Benlliure y esculpido en mármol de Carrara (Italia). El mausoleo
contaba –porque ya no lo tiene- con una escultura del can (un Cavalier King
Charles spaniel) a tamaño natural. La figura estaba colocada en posición de
descanso sobre un cojín delante de un catafalco –que es lo que se ha
conservado- adornado con abundantes símbolos mortuorios como bucráneos, palomas
muertas y abigarradas plantas opiáceas que evocan el sueño eterno que es la
muerte. Pero, ¿qué ocurrió con la escultura del perro Merlín?
Hace unos días que una biznieta
de Mariano Benlliure se interesó por el mausoleo y la figura de Merlín para un
catálogo de la Fundación que lleva el nombre del artista valenciano. Fue así
como nos pusimos a indagar en el asunto.
A falta de testamento y de
familiares directos (la Condesa murió soltera y no tenía hermanos ni primos
carnales), el palacio de Dicastillo fue heredado por Manuel Solís, que era hijo
de Matilde Desmaissières Farina, una prima en segundo grado de la Condesa. Con
buen criterio, Manuel Solís rescató del jardín del palacio la escultura de
Merlín. Este hecho le evitó al perro el posterior deterioro que las
inclemencias del tiempo y la poca clemencia del hombre iban a someter al mausoleo.
Siguiendo el hilo y la línea
sucesoria de Manuel Solís, llegamos hasta el palacio de los Marqueses de la
Motilla situado en el centro histórico de Sevilla. Y desde allí, los Solís nos
remiten a su domicilio de Madrid, que es donde guardan todavía a Merlín.
La sorpresa nos llegó el pasado
día 3 de febrero cuando la Fundación Benlliure puso serias dudas sobre la
autoría del artista sobre el mausoleo y el perrito. La ausencia de esta obra en
los catálogos del artista y en las facturas de su taller, el tipo de adornos
florales tan abigarrados, la utilización de palomas, pero sobre todo la
expresión de los ojos del perro (pupilas e iris sin vaciar que le darían
expresión a la mirada), pueden descartar a Benlliure como autor de la obra.
Al margen de la historia de su
perro idolatrado, resulta interesante la figura de la Condesa: mujer adelantada
de su tiempo, creía en la justicia social y en el derecho de los más débiles en
una sociedad donde todavía las mujeres no tenían la consideración que acabarían
alcanzando. Pero más que fijarnos en las grandes obras ya estudiadas y que con
los mejores arquitectos como Ricardo Velázquez Bosco desarrolló en Guadalajara,
Dicastillo o Burdeos, nos gusta hurgar en anécdotas de su vida todavía por
descubrir. Por ejemplo, ¿en qué rincón del palacio de Dicastillo escondió la
Condesa el escudo de piedra que colgaba de la fachada de su casa original?, o
¿cuál es el paradero de la colección de retratos de su familia que encargó al
pintor Martínez Cubells?
Todo esto nos lo puede aclarar
algún día Ana María Salaya, que es desde 2014 la nueva Condesa de la Vega del
Pozo. Aquí estaremos para narrarlo.
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