En busca del perro Merlín 19/02/2016

El próximo 9 de marzo se cumplen 100 años del fallecimiento de la Condesa de la Vega del Pozo en la soledad de un hotel de Burdeos. Doña Diega Desmaissières y Sevillano, así se llamaba la acaudalada dama, dejó una enorme fortuna y abundantes propiedades como el palacio de Dicastillo, de donde era originaria su familia y varios de sus títulos nobiliarios cual Vega del Pozo o Jorbalán, tomado éste último de un topónimo local.

Una de las piezas más valiosas que dejó en el palacio de Dicastillo es el Mausoleo del perro Merlín, atribuido a Mariano Benlliure y esculpido en mármol de Carrara (Italia). El mausoleo contaba –porque ya no lo tiene- con una escultura del can (un Cavalier King Charles spaniel) a tamaño natural. La figura estaba colocada en posición de descanso sobre un cojín delante de un catafalco –que es lo que se ha conservado- adornado con abundantes símbolos mortuorios como bucráneos, palomas muertas y abigarradas plantas opiáceas que evocan el sueño eterno que es la muerte. Pero, ¿qué ocurrió con la escultura del perro Merlín?
Hace unos días que una biznieta de Mariano Benlliure se interesó por el mausoleo y la figura de Merlín para un catálogo de la Fundación que lleva el nombre del artista valenciano. Fue así como nos pusimos a indagar en el asunto.
A falta de testamento y de familiares directos (la Condesa murió soltera y no tenía hermanos ni primos carnales), el palacio de Dicastillo fue heredado por Manuel Solís, que era hijo de Matilde Desmaissières Farina, una prima en segundo grado de la Condesa. Con buen criterio, Manuel Solís rescató del jardín del palacio la escultura de Merlín. Este hecho le evitó al perro el posterior deterioro que las inclemencias del tiempo y la poca clemencia del hombre iban a someter al mausoleo.
Siguiendo el hilo y la línea sucesoria de Manuel Solís, llegamos hasta el palacio de los Marqueses de la Motilla situado en el centro histórico de Sevilla. Y desde allí, los Solís nos remiten a su domicilio de Madrid, que es donde guardan todavía a Merlín.
La sorpresa nos llegó el pasado día 3 de febrero cuando la Fundación Benlliure puso serias dudas sobre la autoría del artista sobre el mausoleo y el perrito. La ausencia de esta obra en los catálogos del artista y en las facturas de su taller, el tipo de adornos florales tan abigarrados, la utilización de palomas, pero sobre todo la expresión de los ojos del perro (pupilas e iris sin vaciar que le darían expresión a la mirada), pueden descartar a Benlliure como autor de la obra.
Al margen de la historia de su perro idolatrado, resulta interesante la figura de la Condesa: mujer adelantada de su tiempo, creía en la justicia social y en el derecho de los más débiles en una sociedad donde todavía las mujeres no tenían la consideración que acabarían alcanzando. Pero más que fijarnos en las grandes obras ya estudiadas y que con los mejores arquitectos como Ricardo Velázquez Bosco desarrolló en Guadalajara, Dicastillo o Burdeos, nos gusta hurgar en anécdotas de su vida todavía por descubrir. Por ejemplo, ¿en qué rincón del palacio de Dicastillo escondió la Condesa el escudo de piedra que colgaba de la fachada de su casa original?, o ¿cuál es el paradero de la colección de retratos de su familia que encargó al pintor Martínez Cubells?
Todo esto nos lo puede aclarar algún día Ana María Salaya, que es desde 2014 la nueva Condesa de la Vega del Pozo. Aquí estaremos para narrarlo.

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