La víspera de Nochebuena nos
reunimos en la Casa de Cultura de Estella un grupo de amigos y conocidos de
Blanca Urabayen para acompañarla en la presentación de su libro recopilatorio
de escritos y poemas publicados en diferentes medios locales a lo largo de su
dilatada trayectoria.
Flanqueada por los profesores
Ángel de Miguel y Alberto Aceldegui, el primero evocó –ahora que estamos en el
IV Centenario de la publicación de la II parte del Quijote- la historia del
encuentro de don Quijote y Sancho con el Caballero del Verde Gabán, don Diego
de Miranda.
Diego de Miranda, noble,
cuerdo, contenido, sobrio, medido y pragmático, contrasta con el loco de don
Quijote. Don Diego presume de poseer una casa ancha, cómoda, con desahogado
patio, bodega, hacienda y una buena y bella mujer –doña Cristina- en esa edad
de hacer soñar a los muchachos. Sin embargo, el Caballero del Verde Gabán tiene
una enorme desgracia ya que le ha salido un hijo poeta y no abogado, agricultor
o comerciante, como quería el padre. Don Quijote, al grito de viven los cielos,
hace una defensa férrea de la opción de vida del joven frente a los deseos del
padre.
Algo parecido a lo del hijo
poeta de don Diego de Miranda debió sucederle a Blanca Urabayen en su casa de
Villamayor de Monjardín –también con patio, pozo, bodega y buena hacienda-
cuando desde niña mostró curiosidad por el mundo del arte, la pintura, la
mitología y la música, temas principales de su obra poética. Mujer adelantada a
su época, en este despertar influyó su tío materno, Fermín Galdiano, profesor
de secundaria en el colegio del Pilar de Madrid. Más tarde, también en Madrid
donde residió con su marido, se abrió terreno de manera autodidacta –lo cual
tiene un mérito mayor- en el mundo de las artes.
Al instalarse definitivamente
en Estella, siguió cultivando estas inquietudes y expresándolas en numerosos
artículos. De todos ellos, siguiendo con el Quijote, me quedo con la historia
del sueño de una mujer de Estella, en el cual don Quijote y Sancho visitan la
ciudad.
Parece que todo sucedió en el
año 1905 cuando a un alcalde ilustrado –Gregorio Zuza- se le ocurrió regalar un
ejemplar del Quijote a cada familia. Impresionada por su lectura, la ensoñada
mujer vio al famoso hidalgo y a su escudero llegar a Estella y atar a su
caballo y jumento en la calleja de las Rosas. Después pasearon por la del
Chapitel y tuvieron una aventura con los pendones de hierro de los tejedores de
lana y paño de la calle Zapatería y con el del vino cosechero de la calle Navarrería,
para terminar topándose con el curioso cortejo de la Cofradía de los Pelaires.
Pero de todas las correrías fantásticas de don Quijote y Sancho en Estella,
quizá la menos creíble –como dijo el profesor Aceldegui- fue la única real:
cómo un alcalde pudo regalar en los colegios y a cada familia un libro del
Quijote. Pues eso, disfruten de los libros.
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