Revisando el otro día el amplio
archivo y biblioteca del amigo Javier en su casa de Estella, nos fijamos en un
libro antiguo de tapa dura que no es otra cosa que un original sobre la
historia del Estatuto Vasco de Estella de 1931-1932. Abrimos la primera página
y vemos las firmas autógrafas de sus protagonistas: José Antonio Aguirre, José
María Leizaola, Julio de Urquijo, Joaquín Beunza, Marcelino Oreja y con
extrañeza vemos, entre otras, la rúbrica del Conde de Rodezno.
Ahora que el ayuntamiento
nacionalista de Pamplona acaba de salir del embrollo sobre el cambio de nombre
de la Plaza Conde de Rodezno –han estado meses decidiendo otro- resulta cuando
menos curiosa la vena vasquista del defenestrado conde. Y como siempre está
bien generar controversia en los firmes postulados y convicciones de nuestros
representantes, indagamos en el caso.
Tras proclamarse la II
República, en 1931, surgió en el País Vasco y Navarra un movimiento
municipalista muy popular en pro de un Estatuto Vasco de Autonomía. El
movimiento alcanzó en poco tiempo grandes adhesiones y proporciones
insospechadas. Estella fue escenario de aquel acuerdo inicial para una unidad
autónoma político-administrativa que se llamaría País Vasconavarro o Euzkadi en
lengua vasca. Concretamente el acuerdo se votó en la plaza de los Fueros, en el
palacio que hoy ocupa un establecimiento hostelero y que antaño alojaba un
teatro contratado por Manuel Irujo para la ocasión.
La jornada del 14 de junio fue
un éxito con la plaza de Toros llena para el mitin y los txistularis y bandas
de música recorriendo una ciudad engalanada con arcos y banderas vascas,
navarras y republicanas. Una de las claves del éxito del Estatuto fue el apoyo
de los carlistas y de sus líderes como Tomás Domínguez (Conde de Rodezno) quien
primero fue senador y después diputado a Cortes por Navarra. Así, Domínguez se
convirtió en uno de los promotores del aquel Estatuto Vasco por su defensa de
la autonomía, el fuero, la lengua vasca, las reivindicaciones agrarias y las
tradiciones, entre ellas la religión católica y un concordato propio con la
Santa Sede.
Cuando el Estatuto dejó de ser
confesional, el Conde Rodezno y la mayoría de los carlistas –que en Estella
curiosamente tenían su círculo en otro palacio de la misma plaza, gemelo pero
en la acera opuesta a donde se había aprobado el Estatuto- se convirtieron en
acérrimos enemigos del mismo. Hoy nos choca el cambio de postura del Conde
Rodezno, también respecto al tema agrario, -creo una Asociación de Terratenientes
contrarios a los derechos de los jornaleros- y su oposición al sufragio
universal.
En la Guerra Civil Tomás
Domínguez ocupó el puesto de Ministro de Justicia en el primer gobierno de
Franco y por ello se le atribuye la responsabilidad de miles de fusilamientos.
No reparan sus acusadores en que era el Ministerio de la Guerra el encargado de
tales expedientes. También fue miembro de la Real Academia de la Historia,
publicó varios temas navarros y fundó la Institución “Príncipe de Viana”.
En cualquier caso y sin
condenarlo ni ponderarlo, este ejemplo nos debería servir para evitar poner
etiquetas o calificativos reduccionistas a las personas, no juzgarlas desde
nuestra cómoda perspectiva actual y comprender que hay muchos matices que
ignoramos en nuestra pobre cultura política contemporánea.
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