Hace tiempo prometí rescatar
del olvido y sacar a la luz de estas páginas –porque físicamente es más
complicado- la lápida romana de Iruñela. La piedra en cuestión es un bello
ejemplo de arte antiguo, tan valiosa como otras lápidas del valle de Lana
conservadas en el Museo de Navarra.
Primero nos situamos en el
pueblo, un pequeño concejo del valle de Yerri de apenas medio centenar de
habitantes. Su nombre es el de la capital navarra (Iruña) en diminutivo, aunque
a nivel local muchas veces se le añade una letra y se conoce como “Iruñuela”.
El pueblo es un pintoresco enclave al sur de Ibiricu, erigido sobre una roca
dominante sobre el río Iranzu.
El contexto donde ubicar esta
lápida se encuentra en la dominación romana de esta zona de la península.
Debemos aclarar que el invasor se impuso, más que por las armas por la cultura,
como vamos a ver. A estas tierras de Yerri las situaron entre el saltus
Vasconum (norte) y el ager Vasconum (sur), que es como Roma dividió
Navarra por sus marcadas diferencias geográficas, físicas, económicas y
culturales –en esto no hemos cambiado tanto-. Nuestra estela no es un elemento
aislado de aquella civilización sino que los romanos construyeron también un
camino empedrado, resto de una vía que con puente sobre río incluido, llegaba
hasta Lezaun.
El caso es que la lápida
funeraria de Iruñela es una completa representación de los valores y la cultura
de aquella sociedad. Bellamente labrada, vemos por un lado a tres personas y a
un toro. El cornúpeto era un animal sagrado y de culto central para aquellas
gentes, por lo que podría representar una escena religiosa. Además, tenemos
otro pasaje de lucha entre un hombre y un jabalí. El cerdo salvaje es al mismo
tiempo atacado por un perro. El cantero quiso reflejar una escena de caza, algo
de la vida real en contraposición a la anterior escena. La ferocidad del jabalí
salvaje, su fuerza y su poder destructivo tuvo mucha importancia en la
mitología como oponente de aristócratas y nobles. Por último, la lápida se
completa con un elemento que no podía faltar viniendo de Roma: uvas y pámpanos
que son emblemas de regeneración y fecundidad, del todo contradictorios para un
epitafio.
La lápida sufrió varios
avatares. Hay quien sitúa su origen en la antigua ermita de San Esteban, en el
mismo término de Iruñela. El Catálogo Monumental dice que en 1980 estaba en
dependencias parroquiales y otras fuentes apuntan a que compuso la tapia del
antiguo cementerio.
Lo que nos interesa saber es
que hoy repara en el almacén arqueológico del Gobierno de Navarra en
Cordovilla, desde su adquisición hace dos años aproximadamente. Y lo que
esperamos es que un día pueda mostrarse en un museo o exposición, aunque sea de
forma temporal. Su pequeño pueblo lo merece, pero también todos los interesados
en la cultura clásica.
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