Hace unos días este periódico
daba cuenta del proyecto para fomentar la ruta ignaciana entre Loyola y
Manresa. El itinerario repite la primera parte de la peregrinación de San
Ignacio a Jerusalén de 1522 y hace en Genevilla un paso corto por Navarra. El
tirón del primer Papa jesuita puede ayudar a hacer lío –como le gusta decir a
Francisco- en este camino que, siguiendo la terminología papal, podemos
calificar de periférico.
Pero ¿qué sabemos de la
estancia de Ignacio de Loyola en Genevilla? ¿Por qué el santo eligió en su
camino cruzar el apéndice que dibuja el mapa de Navarra en Genevilla, Cabredo,
Aguilar de Codés y Meano?
Buceando en la biografía del
santo guipuzcoano nacido en 1491, lo encontramos en la primera parte de su vida
como caballero de noble estirpe castellana al servicio del ministro de Hacienda
de los Reyes Católicos. Pero al morir el contable, su viuda lo promovió junto a
Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera. Con el duque demostró valía e
ingenio. Fue hombre de armas en la sublevación de la ciudad de Nájera y en su
conocida lucha contra los navarros en Pamplona donde lo hirieron gravemente en
1521, hecho determinante en su posterior conversión.
Antonio Manrique de Lara, duque
de Nájera, es pieza clave entre san Ignacio de Loyola y Genevilla. La villa de
Genevilla perteneció en origen a los señores de Vizcaya, los López de Haro, y
seguía en la órbita castellana en el siglo XIV. En 1423 pasó a formar parte del
principado de Viana pero después fue ocupada por la fuerza por el duque de
Nájera. Según testimonios, la ocupación fue una represalia al rey de Navarra
por los muchos daños que los navarros habían causado en sus tierras. Así que no
es de extrañar que el santo de Azpeitia buscara en febrero de 1522 la protección
de una villa de su señor duque para descansar. Al día siguiente, por Cabredo,
siguió su ruta hacia Laguardia para después arribar en Navarrete, otro pueblo
en la égida ducal.
En Navarrete parece que san
Ignacio reconoció y dotó de medios a una hija fruto de sus lujurias pasadas,
María Villarreal de Loyola. Y es que en el camino que emprendió hacia Manresa y
Montserrat fue dejando atrás una vida cómoda de dinero, poder, armas contra los
comuneros de Castilla, flirteos con la secta de los alumbrados que luego le
costaría probar las amarguras de la inquisición y una coquetería seductora que
le llevó a exigir, después de su herida en Pamplona, el corte de uno de los
huesos de su pierna sólo para poder calzarse y lucir una bota ajustada que
deseaba llevar.
Los jesuitas pretenden que 500
años después, en 2022, la gente haga una parada en su vida y recorra la soledad
de esta ruta, a la contra del camino del Ebro a Santiago, a contramarcha como
hizo Ignacio de Loyola, con un gran componente introspectivo, con esa libertad
de conciencia que el santo defendía y con sus interminables preguntas que sus
seguidores siguen haciendo sobre el por qué de las cosas en la vida del hombre,
en la ciencia, las artes o en la filosofía.
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