Mujeres y reinas 13/03/15

Para ilustrar la celebración del pasado Día Internacional de la Mujer escojo un libro que pone en el lugar merecido a mujeres que aseguraron la continuidad histórica del reino de Navarra.

En la sociedad medieval la mujer, por muy reina que fuera, no estaba ni mucho menos en igualdad de derechos que el varón. El libro de Julia Pavón, Reinas de Navarra, deja claras las carencias de aquellas mujeres en cuanto al respeto a sus decisiones, derechos sobre sus hijos, educación, repudios, etc. La mayor parte de ellas solo contribuyó con su vientre a caprichos y estrategias políticas en casamientos que no eran otra cosa que alianzas del viejo reino pirenaico con otros, primero hispánicos y luego al servicio del rey de Francia.
Comenzamos un bosquejo por doña Toda (890-965), la reina de Deyo (Monjardín) y la primera de todas por ser originaria del linaje de Iñigo Arista. Mujer brava, no dudó en presentarse en Córdoba a pactar con su pariente Abderramán III. Toda logró que el califa –de sangre pamplonesa y pelo rubio que tiznaba para disimular- reconociera a Pamplona como reino y a su hijo García como rey. Lo mismo hizo con su nieto Sancho en el reino de León, al que además curó en la corte cordobesa de la obesidad que lo inutilizaba para la guerra. Después de ser curado por un médico judío, las tropas musulmanas acompañaron al nieto de doña Toda a sentarse en el trono leonés.
Doña Urraca (1081-1126), reina de Navarra y Aragón al desposar con Alfonso el Batallador, recibió como dote el castillo de Estella y en recuerdo a Margarita de l’Aigle, esposa de García el Restaurador, se entregó a la catedral de Pamplona la sinagoga de los judíos de Estella para su transformación en iglesia, en 1145.
No siempre estas mujeres llegaron a ocupar el trono. Las hijas del Cid (doña Elvira y doña Sol o Cristina y María, que era su nombre real) fueron primero deshonradas por los infantes de Carrión y más tarde desposadas para ser –como Cristina Rodríguez de Vivar- madre del futuro rey de Navarra.
No podía faltar aquí la desgracia de la reina Blanca de Artois, madre del pequeño Teobaldo quien en 1271, con 2 años, se cayó por un descuido de su nodriza desde una ventana del castillo de Estella. Enterrado en la cercana iglesia de San Francisco, al cerrarse este convento su sepulcro se trasladó al claustro de San Pedro.
Por su contribución artística es obligado señalar a Juana I (1273-1305), reina titular de Navarra y Francia quien introdujo el gótico francés en la catedral de Pamplona, en Artajona y en el Santo Sepulcro de Estella. Y otra reina francesa, Juana de Valois, mujer de Carlos II, donó 100 sueldos a la obra de la capilla del Puy en 1374.

Descubriendo estas figuras, sus vidas, matrimonios, iniciativas culturales y devociones piadosas, vemos que pusieron en todo más constancia e intensidad que sus propios esposos. En esto no hemos cambiado mucho desde la Edad Media.

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