Para ilustrar la celebración
del pasado Día Internacional de la Mujer escojo un libro que pone en el lugar
merecido a mujeres que aseguraron la continuidad histórica del reino de
Navarra.
En la sociedad medieval la
mujer, por muy reina que fuera, no estaba ni mucho menos en igualdad de
derechos que el varón. El libro de Julia Pavón, Reinas de Navarra, deja claras
las carencias de aquellas mujeres en cuanto al respeto a sus decisiones,
derechos sobre sus hijos, educación, repudios, etc. La mayor parte de ellas
solo contribuyó con su vientre a caprichos y estrategias políticas en
casamientos que no eran otra cosa que alianzas del viejo reino pirenaico con
otros, primero hispánicos y luego al servicio del rey de Francia.
Comenzamos un bosquejo por doña
Toda (890-965), la reina de Deyo (Monjardín) y la primera de todas por ser
originaria del linaje de Iñigo Arista. Mujer brava, no dudó en presentarse en
Córdoba a pactar con su pariente Abderramán III. Toda logró que el califa –de
sangre pamplonesa y pelo rubio que tiznaba para disimular- reconociera a
Pamplona como reino y a su hijo García como rey. Lo mismo hizo con su nieto
Sancho en el reino de León, al que además curó en la corte cordobesa de la
obesidad que lo inutilizaba para la guerra. Después de ser curado por un médico
judío, las tropas musulmanas acompañaron al nieto de doña Toda a sentarse en el
trono leonés.
Doña Urraca (1081-1126), reina
de Navarra y Aragón al desposar con Alfonso el Batallador, recibió como dote el
castillo de Estella y en recuerdo a Margarita de l’Aigle, esposa de García el
Restaurador, se entregó a la catedral de Pamplona la sinagoga de los judíos de
Estella para su transformación en iglesia, en 1145.
No siempre estas mujeres
llegaron a ocupar el trono. Las hijas del Cid (doña Elvira y doña Sol o
Cristina y María, que era su nombre real) fueron primero deshonradas por los
infantes de Carrión y más tarde desposadas para ser –como Cristina Rodríguez de
Vivar- madre del futuro rey de Navarra.
No podía faltar aquí la desgracia
de la reina Blanca de Artois, madre del pequeño Teobaldo quien en 1271, con 2
años, se cayó por un descuido de su nodriza desde una ventana del castillo de
Estella. Enterrado en la cercana iglesia de San Francisco, al cerrarse este
convento su sepulcro se trasladó al claustro de San Pedro.
Por su contribución artística
es obligado señalar a Juana I (1273-1305), reina titular de Navarra y Francia
quien introdujo el gótico francés en la catedral de Pamplona, en Artajona y en
el Santo Sepulcro de Estella. Y otra reina francesa, Juana de Valois, mujer de
Carlos II, donó 100 sueldos a la obra de la capilla del Puy en 1374.
Descubriendo estas figuras, sus
vidas, matrimonios, iniciativas culturales y devociones piadosas, vemos que
pusieron en todo más constancia e intensidad que sus propios esposos. En esto
no hemos cambiado mucho desde la Edad Media.
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