Hay personas que al llegar a la
jubilación emplean su tiempo en tareas menos comunes que pasear, cuidar nietos,
atender la huerta o viajar. Una de ellas es Alfonso Elbusto, al que conocí en
activo profesionalmente y que ahora ha indagado en sus raíces genealógicas para
saber algo más de sus antepasados. Sin pretenderlo, ha contrastado datos que
superan el interés familiar e incluso local. Es tarea apasionante el probar con
documentos las viejas historias narradas por los abuelos sobre la importancia
de una casa, el origen del escudo, del apellido o incluso, como en este caso,
la propiedad de una capilla.
En Grocin hubo desde antiguo
una casa-palacio con sus defensas, sus construcciones anejas y un caserío
abigarrado construido a su alrededor al servicio de los señores ya fuera en el
cultivo de los campos, cuidado de animales o en la leva de armas para el rey de
Navarra, al que estaban llamados en caso de guerra todos los nobles. El palacio
pertenecía a los Périz de Grocin o a los Grocin. Y como la nobleza –aunque
fuera rural- no juntaba sangre con el pueblo llano, allá por el siglo XVII
emparentó esta casa con los Ramírez de Arellano, originarios del pueblo
homónimo y a los cuales el rey Carlos II les había entregado la villa para
ejercer señorío sobre ella desde 1365.
Los Ramírez de Arellano
quisieron dejar claro su origen al llegar a Grocin y consiguieron actualizar la
prueba de su hidalguía en los tribunales de justicia en 1695. Para entonces la
familia ya estaba extendida por otros pueblos, así que cada uno de los cuatro
hermanos ejerció su derecho a colocar el correspondiente escudo de armas con
dos grandes leones que lo sujetan y en su interior lobos, calderos, aspas y la
flor de lis, símbolo heráldico muy extendido.
Es difícil que después de mas
de 300 años las casas donde residieron estos hermanos conserven todavía los
escudos, todos ellos idénticos, fotocopias en piedra válidas y compulsadas de
su estatus en aquella sociedad estamental. Pero en este caso sí, en un periplo
por Arróniz, Barbarin y Urbiola lo podemos comprobar, así como en Larraga o
Lazagurría, pueblos a donde la familia se extendió más tarde.
Y en Grocin resiste este
palacio hoy restaurado y reconvertido en casa con torre medieval en un costado,
amplia escalera de piedra sostenida por antiguas, robustas y decoradas
columnas, enormes salas, pozo profundo con brocal medieval en cuidado jardín e
incluso el calabozo con la vieja cadena y la piedra horizontal que hacía de
camastro a los prisioneros. Como anécdota conserva también los cuernos de
Liosa, aquella famosa vaquilla escapada de la plaza de Toros de Estella en las
fiestas de 1994 y que tantas viñetas protagonizó en este periódico. El animal
fue abatido en los campos de Grocin tras varios meses de fuga.
Cualquier pueblo, por pequeño
que sea, tiene sus historias pasadas o recientes, menudas o con mayúsculas y
también tiene a gente dispuesta a compartir la importancia de lugares que como
Grocin, donde apenas residen una docena de personas, están tristemente condenados
a la despoblación pero no al olvido.
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