Entre los abundantes y
detallados artículos que se escribieron el verano pasado sobre la obra del
último premio Príncipe de Viana de la Cultura 2014, nuestro paisano Tarsicio de
Azcona, todos ellos pasaron por alto una impactante recopilación que el
capuchino publicó sobre los fusilados durante y después de la Guerra Civil
Española en la cárcel de Torrero, Zaragoza.
Este trabajo del padre Tarsicio
tiene mucho que ver con nuestra tierra porque fue otro capuchino nacido en
Estella –Gumersindo o Martín Zubeldia, como prefieran- el protagonista de este
relato real, dramático y escalofriante pero muy interesante para el lector
aficionado a estos temas de nuestra historia reciente. Y para ser justos no
sólo con Tierra Estella sino con el otro artífice del trabajo, cito a José
Ángel Echeverría, doctor en Historia nacido en Arróniz, quien junto a Tarsicio
de Azcona recopiló las memorias de Martín Zubeldia.
Ahora que está en boga todo lo
relacionado con la llamada Memoria Histórica y su recuperación, esta obra tiene
un valor enorme. Por ejemplo, llama la atención la actitud íntegra de
Gumersindo de Estella ante la injusticia de los asesinatos en el inicio de la
guerra.
“¡Ya está el gato en el costal!
¡Ya cae la república!”. Turbó un hombre la paz del convento de Pamplona la
madrugada del 19 de julio de 1936 anunciando matanzas de guardias y de
concejales republicanos de Pamplona ante el regocijo de los frailes.
Gumersindo, lleno de temor anotó en su cuaderno: “No puedo bendecir una
revolución que empieza con matanzas. La violencia no es cristiana”. Esta
actitud le valió acusaciones de derrotismo por parte de sus superiores y le
costó su traslado a Zaragoza donde se ofreció para asistir a los reos de
muerte. A la dureza moral de acompañar a los prisioneros y de presenciar
después las ejecuciones en el pelotón de fusilamiento y los tiros de gracia, se
sumaba la hora intempestiva de las cuatro de la madrugada para asistir a aquel
angustiosos espectáculo que hizo mella física y psicológica en la maltrecha
salud de un hombre de 1,60 cm y apenas 64 kg de peso: “Regresé mustio y sin
ganas de hablar. No tuve temple para estudiar en todo el día. Poca gana de
comer. Dormí mal la noche siguiente, pensando en los pobres reos y meditando en
sus palabras”, dejó anotado en su diario.
Nombres, edades, profesión y
procedencia de decenas de condenados a la pena capital se sumaban en el
cuadernillo manuscrito de Martín Zubeldia a sus confesiones, ruegos, demandas y
lamentos en el corredor de la muerte.
El mérito de esta recopilación
reside en que vio la luz cincuenta años después de haberse escrito y en que se
cumplió el deseo del autor de dar a conocer los hechos. Las circunstancias
políticas de la dictadura forzaron su transcripción secreta entre las celdas
del convento de Pamplona-Extramuros y la entrega a un fraile que viajaba a
Argentina, lejos de las garras de los superiores adictos al régimen. Pero lo
más importante de esta obra es que supuso una reparación de justicia y de
verdad para con las víctimas que en otro tiempo no se hubiese podido o sabido
entender como tal.
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