Madrid, tarde de Julio de 2005.
Golpean con fuerte insistencia la puerta de la habitación. Me he quedado
traspuesto. El taxi lleva rato esperando. “A la calle Princesa, 20, por favor”.
El vehículo recorre el centro de la capital. Al cruzar la plaza de España y
enfilar Princesa, el conductor pregunta: “¿Están seguros de la dirección? Sí,
es aquí -respondemos-, el palacio de Liria”. En la verja, el portero indica:
“Pasen y crucen los jardines hasta la puerta principal. El profesor Calderón
les aguarda”.
Como dejó escrito la duquesa de
Alba en su autobiografía Yo, Cayetana, Liria fue su obra. Bombardeado en
la Guerra Civil por la Legión Cóndor, los milicianos terminaron de quemar y
destruir el palacio. Del edificio original, obra del arquitecto Ventura
Rodríguez, apenas quedaron intactos los cuatro muros exteriores y los escudos.
Doscientas dependencias y veintiséis salones distribuidos en tres plantas
acogen hoy tapices, cuadros y numerosas obras de arte además de varias cartas
autógrafas de Cristóbal Colón, una Biblia de 1430 y el testamento de Fernando
el Católico.
El profesor Calderón nos recibe
en una enorme biblioteca, de las más pequeñas entre las cuatro que hay en el
palacio. “Aquí están los documentos. La señora duquesa bajará después a su
escritorio. Actúen con naturalidad. Ella ya sabe que están aquí”.
El archivo de la Casa de Alba
no se libró en la destrucción del palacio. Se calcula que el 90 % de la
documentación fue incendiada o saqueada. Y entre lo perdido, datos que nos interesan
sobre el condado de Lerín.
El condado de Lerín fue creado
en 1424 por el rey Carlos III de Navarra para su hija Juana cuando contrajo
matrimonio con Luis de Beaumont, primer conde de Lerín y Condestable de Navarra
y partidario del Príncipe de Viana (beaumonteses) en las guerras civiles. El
tercer conde, también Luis, fue famoso por ayudar a Fernando el Católico en la
conquista del Reino y la quinta condesa, Brianda, casó en 1564 con Diego
Álvarez de Toledo uniéndose hasta hoy los títulos de conde de Lerín y duque de
Alba.
Las posesiones del condado en
Tierra Estella fueron abundantes. Además de Lerín y del desaparecido valle de
Santesteban (Arróniz, Barbarin, Luquin, Urbiola, Villamayor, Ázqueta, Igúzquiza
y Labeaga) los duques de Alba dominaban Allo, Andosilla, Dicastillo, Mendavia,
Sesma, Cárcar y Cirauqui entre otros pueblos. Este dominio que incluía
nombramiento de alcaldes y párrocos, suponía también el pago de pechas de los
labradores a la casa ducal de Alba, además de alistamientos o alardes periódicos
para la guerra. Las relaciones entre los pueblos y la casa ducal no fueron
fáciles. Abundaron los problemas por el cobro de impuestos, los derechos sobre
los montes, la leña, el pasto de ganados, la vigilancia de prisioneros en las
cárceles municipales y hasta disputas hubo por las llaves de las ermitas. En no
pocas ocasiones los alguaciles del duque despachaban del monte a los ganados y
cuando venían a cobrar las pechas, los vecinos oponían resistencia llegando
incluso a agredir y maltratar al alguacil del condestable. Todo acabó con las
reformas municipales de 1835-1845 y con la caída del antiguo régimen que
distinguía entre señores y vasallos.
El profesor Calderón nos
despide hasta el día siguiente y al tiempo recibo carta y autógrafo. “Mi
querido amigo: Mil gracias por el precioso libro que tan amablemente me ha
dedicado. Me ha gustado mucho y con gran placer lo estoy leyendo. Con mis
mejores deseos de éxito, afectuosamente, Cayetana Alba”.
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