El amigo Carlos, de Igúzquiza, me presta un curioso libro
editado a finales de los años cuarenta del siglo pasado, imposible de encontrar
entre los miles de volúmenes de la red de bibliotecas públicas de Navarra.
Son
unas crónicas de la localidad escritas por un párroco durante los años que
ejerció en el pueblo. Con un lenguaje extremadamente barroco, el autor va
desgranando acontecimientos religiosos y sociales, que en esos tiempos venían a
ser lo mismo. Pero lo que me llama la atención del libreto es la beligerancia
con la que el autor trata el cambio de fecha en las fiestas patronales de
Igúzquiza de 1946. Bien es cierto que en aquel pequeño mundo rural tocar las
fiestas podía exaltar fácilmente los ánimos entre la juventud, pero a nuestro
ilustrado personaje de hoy -por su cargo- le suponía más comedido. Así que
ahondo en la vida de Prudencio Martínez y con asombro descubro que fue un
literato de referencia en su época y junto con Navarro Villoslada, el único de
Tierra Estella en el que se aprecia la amplia huella dejada por Cervantes en
los escritores navarros.
Prudencio
Martínez Murgui nació en Narcué (Lana) en 1890 y murió en Urbiola en 1958.
Ordenado en 1923 ejerció en Aoiz, Irurre, Belascoáin y Lodosa. Resulta
llamativo que en 1933 renunciara a la parroquia de su pueblo, Narcué, para
ingresar en la orden camaldulense, ahí es nada. Sin embargo, no debió prosperar
en la vida contemplativa, mas bien todo lo contrario, ya que después marchó a
Valparaíso (Chile). Pero no es su labor pastoral ni sus correrías por el mundo
lo que quiero resaltar, sino su actividad literaria forjada tras una ajetreada
vida. En 1946, Prudencio Martínez, publicó bajo el anagrama Prumar otro
libro titulado Lecturas recreativas, que incluye siete relatos en los
que se aprecian reminiscencias temáticas y estilísticas del mismo Cervantes.
Con un estilo vivaz, satírico y humorístico, Prudencio Martínez destilaba
ironía como cuando dijo que “los gitanos son tan afortunados en encontrarse
cosas, a veces sin acabar tal vez de perderlas del todo sus amos”. Con el mismo
apodo, Prumar escribió en prensa y aunque se nos escapa en la hemeroteca
sabemos que su tono socarrón y los calificativos que empleaba (mentecato, de
mala calaña, egoísta rutinario, vividor...) le granjeó algunos disgustos.
Por cierto, que en la
mencionada polémica de las fiestas de Igúzquiza, Prumar tampoco dejó muy
bien parados a los de Estella, ya que puso en boca de una vecina que estaba en
el lavadero –lugar donde de manera especial se discutía y se daba vueltas al
asunto de las fiestas- la siguiente frase: “todo el mundo sabe que los de
Igúzquiza somos campechanos, y no imitamos en nada a los de Estella, sino que
cuando convidamos lo hacemos de verdad”. Y es que los vecinos ya habían
invitado a los huéspedes, comprado el cordero, los patos y los capones, cuando
al alcalde se le ocurrió suprimir las fiestas. ¡Qué cosas!
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