Por los reductos de Montesquinza 31/10/14


El Museo del Carlismo de Estella se va implantando y ha salido de sus muros organizando una actividad de historia sobre el terreno guiada por José María Ocáriz. El tardío estío de finales de septiembre nos acompañó en la exitosa excursión –más de 60 personas de todas las edades- por los restos de los reductos liberales situados en la zona montañosa que hay entre Lorca, Cirauqui, Oteiza y Villatuerta.


Un reducto es una construcción militar donde una pequeña guarnición del ejército establecía vigilancia y resistencia muy cerca o adentrados en el territorio enemigo. Esto es lo que hizo el ejército liberal después de su fracaso en Lácar, en febrero de 1875. El primer reducto lo situaron justo encima del pueblo de Lorca y lo llamaron Marqués del Duero, en recuerdo al desafortunado General Concha. Esta construcción, parecida al resto, disponía de muros aspillerados, caponeras, barbetas, glacis y estacadas.

El segundo reducto, el de más importancia, lo construyeron en la ermita de San Cristóbal de Cirauqui donde ya había dormido y pasado algún apuro Alfonso XII durante la famosa batalla de Lácar. En este lugar, el más alto de todos, los liberales colocaron un telégrafo óptico que por medio de señales luminosas comunicaban con Oteiza, éstos a su vez con Larraga, Miranda de Arga y así hasta Tafalla desde donde había línea directa a Madrid. Las comunicaciones y la información durante la guerra fueron determinantes en el final de la contienda, aunque fueran a base de rudimentarias señales ópticas recibidas con catalejos ya que los carlistas habrían cortado cualquier cable entre estos puntos.

Más interesante todavía resultó la tercera construcción en visitar, el reducto Princesa de Asturias conocido popularmente como hospital carlista aunque nunca fue carlista y menos hospital. De difícil acceso y con una insólita planta en cruz, es el único reducto que permanece intacto ya que los otros se desmantelaron al final de la guerra. Y por último, recorriendo un buen trecho de la Cañada Real de Tauste a Urbasa llegamos al mítico Mauriáin, al que los liberales llamaron Cáceres en recuerdo al heroico batallón que resistió allí en la retirada de la noche de Lácar. Desde Mauriáin los liberales veían de cerca su anhelada Estella a la que atacaban con doble carga en los cañones para llegar a sus calles. Desde aquí la representaban en grabados que mostraban en Madrid como trofeos que la gente admiraba con regocijo por el avance del ejército y su aproximación a la ciudad rebelde.

Estos parajes olvidados de Montesquinza tuvieron tanta importancia en la época que incluso les dedicaron una calle en el centro de Madrid. En la imaginación nos queda cómo pudo ser la vida en un Montesquiza habitado por miles de soldados trabajando en grandes obras de ingeniería y estrategia militar, con el suministro de víveres y pan desde los grandes hornos construidos en zona segura como era Oteiza y con un mercado semanal que se organizaba para las tropas dentro de aquel territorio. Toda una ciudad con pabellones de gobernadores y oficiales, almacenes, cocinas, letrinas, enfermerías y blokaus o búnkeres, salpicada por balsas donde tomaban el agua y surcada por rutas de carretas hacia el sur en busca de material bélico, de construcción, valijas y cartas. Hoy este solitario valle está reducido a campos de cultivo, palomeras y un monte bajo repleto de encinas y robles tan crecidos que cuesta creer que en aquel enclave formado entre los cuatro reductos, hace menos de 150 años, no quedó ni un solo árbol por la necesidad de leña para la dura vida de los combatientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario