Todas las semanas, un grupo muy diverso de personas de Estella y
merindad nos reunimos en animada tertulia en la lengua de
Shakespeare. Departimos de la vida, el trabajo, los estudios, el ocio
y si hace falta de la actualidad local. Dejamos poco espacio –mas
bien ninguno- a la política y a la religión. Sin embargo, este
verano se coló en nuestra tertulia la polémica creada con el
supuesto cierre de la iglesia de San Pedro de la Rúa, que no era tal
sino una reorganización que dejaba sin párroco propio pero no sin
culto a la citada iglesia estellesa.
Y es que gracias a la recogida
de firmas en apoyo a un manifiesto en contra de la reorganización de
esta parroquia, lo que caló entre mucha gente es que se cerraba San
Pedro de la Rúa. De hecho, me consta que algunas personas estamparon
su firma de apoyo al manifiesto de manera inocente, en contra de un
cierre que ni estaba escrito, ni se anunció, ni se ha producido, ni
tampoco se espera que se vaya a producir en el futuro.
Sería absurdo que uno de los principales monumentos de la ciudad,
de los más visitados y admirados, que es además un valioso museo
donde se guardan tesoros artísticos procedentes de antiguas
parroquias y conventos de la ciudad y en el cual el Gobierno de
Navarra invirtió 5 millones de euros, echara el cierre. Creo que lo
que aquí ha ocurrido es un problema de compleja solución en nuestra
sociedad, donde por desgracia todavía se mezcla en demasía asuntos
de Iglesia y Estado, es decir la parte cultural o artística con la
faceta religiosa y de culto de un templo. Y es que en San Pedro de la
Rúa, la labor de los voluntarios que mantienen abierta la iglesia
supone una gran riqueza cultural y turística, complemento perfecto
pero no inseparable de la vida religiosa y que no puede quedar a
expensas del párroco, sino del resto de la comunidad.
La situación de la Iglesia hoy en día con escasez de sacerdotes,
derrumbe de la práctica religiosa y de la asistencia a misa, mayoría
de bodas civiles o uniones extramatrimoniales, menor número de
bautizados y lógica ausencia de funerales tras el fallecimiento de
personas no creyentes, requiere importantes reformas como la
planteada en Estella. De ahí la nueva fórmula por la que se rige la
parroquia de San Pedro con otros párrocos haciéndose cargo de ella
en un equipo de sacerdotes. Estella y en concreto San Pedro de la Rúa
–la parroquia con menos población- no es ajena a este fenómeno de
crisis religiosa. La Iglesia requiere una urgente y profunda revisión
y reorganización de sus obsoletas estructuras que ya ha sido
iniciada por el papa Francisco en el Vaticano pero que costará
aplicar en la base y lejos de Roma donde también hay –lo hemos
comprobado este verano- posturas inmovilistas y chauvinistas muy
distantes de la comprensión, solidaridad y fraternidad que se debe
suponer entre las comunidades parroquiales.
La división y la crítica fácil y populista no ayudan para nada a estos cambios y a otros que veremos en
la Iglesia del futuro. Un amigo mío, católico de Olite, afirma con
razón que el Príncipe del mal existe, actúa y donde más a gusto
se encuentra es en ambientes eclesiásticos. Así que permítanme mi
discrepancia de los más de 1400 firmantes del manifiesto de San
Pedro.
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