Garísoain, del románico al romanista 24/04/14


Una vez mas la Asociación Turística Tierras de Iranzu, cargada de dinamismo, imaginación y esfuerzo ha hecho propuestas concretas por varios canales de información y para una fecha determinada como es la Semana Santa, días clave en el movimiento turístico nacional. Además de lo anterior, el éxito de Tierras de Iranzu está en centrarse en una zona geográfica determinada, algo difícil de conjugar en el resto de la merindad y sino piensen en que pueden tener en común una actividad de Aranarache o Larraona con otra de Lodosa o Mendavia, por poner un ejemplo. Pero en este estado autonómico en el cual las mugas administrativas son mucho mas fuertes e infranqueables que las antiguas fronteras medievales, pensar en una oferta turística transversal para el valle medio del Ebro o para la montaña navarro-alavesa con la vía verde del ferrocarril vasco-navarro o las sierras comunes, es soñar un imposible.

    Tierras de Iranzu supo aprovechar además esa especie de estrés colectivo en el que se ha convertido la Semana Santa, de gente desesperada por buscar actividades, visitas, alojamientos y lugares en los que pasar los días de vacaciones, como si nos obligaran a salir de casa y disfrutar sí o sí de unas, por supuesto, merecidas vacaciones.

    Huyendo de la aglomeración elegimos una propuesta alternativa y minoritaria como es la visita al pueblo de Garísoain. Encaramado en la ladera de una serreta que baja de los montes de Guirguillano hacia Lerate, su caserío forma un privilegiado balcón al valle de Guesálaz y al embalse de Alloz.

    Lo primero que nos cuenta la amable guía es que el rey Sancho el Sabio donó en el año 1172 todo el pueblo con sus casas, tierras, montes, iglesias y ermitas a una criada llamada María González. Ésta a su vez, desbordada quizá por tanta riqueza para su humilde condición, lo entregó todo a un clérigo de Puente la Reina.

    Del románico de su iglesia primitiva sólo queda la portada con sus arquivoltas y decoraciones jaquesas y de puntas de diamante. Lo que más llama la atención al visitante es que el interior de la iglesia de Garísoain acoge un auténtico museo donde se conservan varias obras de la mejor saga de escultores navarros de los siglos XVI y XVII, los Imberto de Estella. Pero ¿por qué en este recóndito pueblo trabajaron con dedicación y prodigio artistas de tanto talento como para hacer, además del retablo mayor, cuatro retablos de otras tantas ermitas –hoy ya desaparecidas- y dedicadas a San Cristóbal, San Ildefonso, San Ciriaco y Santa Catalina? Pues porque hubo un abad culto, letrado, con título de bachiller y preocupado por su iglesia llamado Juan de Salinas, que casó a su sobrino Gonzalo de Salinas –residente también en Garísoain- con Catalina Imberto, hija de Pedro Imberto, primogénito y heredero del fundador de la dinastía en Estella.

    Y allí trabajaron los Imberto durante años, en tallas de nogal finas y curiosas, con sorpresas del saber y de la naturaleza, como el profeta Elías al lado de un Ginkgo biloba, el árbol mas viejo del mundo, un mítico del lejano oriente chino y japonés, el único que sobrevivió a la bomba atómica de Hiroshima.

    Todo porque cuando se disponían a decorar y pintar la antigua iglesia románica, en enero de 1569, los pinceladores olvidaron apagar el fuego con el que calentaban el tarro de los colores, prendieron los tablones que usaban como andamios y las llamas arrasaron completamente la iglesia. De sus cenizas surgió, para nuestro deleite, la mejor obra de Bernabé Imberto.

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