La semana pasada recibí el
último número de la revista Ferrer-Dalmau Magazine, publicación de arte,
cultura e historia. Entre interesantes artículos sobre la batalla de San
Marcial o las antigüedades de Zuloaga (Eibar), la revista descubre la
exposición temporal que se está mostrando en el Museo del Carlismo sobre
miniaturas militares.
Aunque mucha gente no se
interese por los juegos de guerras con soldados de plomo –que los hacen sin
duda más reales y divertidos que con simples fichas y tableros- cualquier
elemento que retrotraiga al espectador a su infancia tiene el éxito asegurado.
Y lo bueno de esta muestra es que también ha sabido conectar con el público
infantil –algo difícil de lograr en este tipo de museos- por medio de cuenta cuentos.
La exposición narra los
orígenes de las miniaturas militares en Nüremberg (Alemania) en el siglo XVIII,
llegadas a España en 1828 de la mano del taller de los Ortelli en Barcelona.
Las figuras de la muestra tienen por escenario las guerras carlistas y son
reproducciones exactas de los uniformes y accesorios de cada compañía,
batallón, tropa o partida. Para ilustrar las miniaturas los artistas
recurrieron a la mejor fuente posible, que en este caso son los cuadros de José
Cusachs. Cusachs, destacado militar catalán que participó con éxito en la
última guerra carlista obteniendo el grado de comandante, abandonó el ejército
en 1886 para dedicarse a la pintura, su gran pasión. En sus cuadros recogió con
detalle la uniformidad de los soldados.
Lo más llamativo de la muestra
son las representaciones de las luchas (dioramas) que llevan al espectador a
sentirse en el mismo campo de batalla. En la acción de Alegría nos encontramos
en la verde llanada alavesa con sus extensas fincas de cultivo, suaves colinas
y pequeños bosquetes. En la batalla de Luchana podemos sentir el frío de los
campos nevados de aquel día de Navidad de 1836, a la orilla de un río Nervión
con los puentes volados y que supuso el fin del asedio carlista sobre Bilbao.
Hay otros hechos cargados de dramatismo, como el fusilamiento en Tortosa de la
anciana madre del general Cabrera, episodio vergonzoso que contó con el plácet
de Espoz y Mina. Casualidades de la vida y de la historia, la laya y el sable
de Espoz se exhiben hoy en la otra planta del museo. Como contrapunto a la
violencia, la paz de Vergara que está cedida –al igual que otras piezas- por
una coleccionista particular de Vitoria cuya casa está llena de este tipo de
miniaturas.
Merece la pena acercarse y
apoyar a este joven museo. Podemos disfrutar con el retrato de Carlos V, obra
de Vicente López y cedido por El Prado, así como con otros cuadros del citado
Cusachs, Salaverria, Gustavo de Maeztu o Muñoz-Sola. Apúrense que la muestra
termina el 8 de diciembre.
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