El último trovador 21/06/13

La vida transcurre tranquila entre los muros de San Jerónimo. Desde el asilo –sus fundadores no le llamaron residencia- hay una visión muy diferente de la ciudad, no sólo geográfica sino también vital. Las aguas alegres del Ega junto a la enorme muralla que forman los afilados chopos, colman el sosiego que da el verse rodeado de fértiles huertas. Es un ambiente propicio para el merecido descanso del duro trabajo pasado. Muchas de las personas que allí viven esconden experiencias como para una serie -novelada o real- de nuestro pasado cercano, como es el caso de Feliciano Fernández.

    Feliciano es el último trovador de Tierra Estella. Nacido en Olejua en 1923, se hizo popular recorriendo la comarca con la compañía de un acordeón, para amenizar fiestas y celebraciones. Poeta, músico y cuenta cuentos, cuando acabó su vida juglar siguió colaborando en fiestas como la cabalgata de Reyes de Estella y de otros pueblos prestando la megafonía, los equipos de música o incluso redactando el pregón. Con los años, sólo la progresiva pérdida de su visión pudo parar a este trotamundos comarcal.
    Es curioso, cómo cuando un sentido como la vista falla parecen aflorar en las personas el ingenio, la creatividad, el talento, la chispa o el gracejo. Así lo demuestran dos ejemplos más de inteligentes copleros, también de la merindad y coetáneos a Feliciano, aunque ya fallecidos.

    Victorino Oyaga Aramendía, “el ciego de Metauten”, fue otro de los representantes del mester de picardía. Acordeón en manos fue tejiendo un buen número de jotas ingeniosas como la dedicada a Viana: “Qué rica sería Viana si aprendiesen a embotar todo el aire que les baja desde el alto de Aguilar”. En una ocasión Victorino fue requerido para amenizar una confirmación; cuando le presentaron al obispo Cirarda, el ciego de Metauten contestó: “En la cara ya le había conocido”.
    Otro músico que acompañaba al ciego de Metauten en sus correrías por Tierra Estella fue Aurelio Aristimuño, más conocido como “El Tuerto”. Nacido en Azuelo y tuerto desde que era niño, Aurelio fue toda una figura de alegría y buen humor en fiestas de quintos, rondas, carnavales y bodas. En una de su coplillas se definía a sí mismo. “Sin haber ido a colegios yo tengo cuatro carreras: guitarrista, cantador, tejero y pastor de ovejas”.


    Qué buen trabajo es el recoger estos legados musicales y las anécdotas que los acompañaban. Aunque Pedro San Emeterio ya lo hizo en 1999 para el caso de Aurelio Aristimuño, nadie recopiló el anecdotario de Victorino Oyaga y el trabajo que se hizo sobre Feliciano Fernández es mejorable. Entre tanto, el asilo San Jerónimo seguirá acumulando interesantes reflexiones sobre el sentido de la vida, el pasado y los sentimientos que se generan al contemplar un cercano partir.

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