La vida transcurre tranquila entre los muros
de San Jerónimo. Desde el asilo –sus fundadores no le llamaron residencia- hay
una visión muy diferente de la ciudad, no sólo geográfica sino también vital.
Las aguas alegres del Ega junto a la enorme muralla que forman los afilados
chopos, colman el sosiego que da el verse rodeado de fértiles huertas. Es un
ambiente propicio para el merecido descanso del duro trabajo pasado. Muchas de
las personas que allí viven esconden experiencias como para una serie -novelada
o real- de nuestro pasado cercano, como es el caso de Feliciano Fernández.
Feliciano es el último trovador de Tierra Estella. Nacido en Olejua en
1923, se hizo popular recorriendo la comarca con la compañía de un acordeón,
para amenizar fiestas y celebraciones. Poeta, músico y cuenta cuentos, cuando
acabó su vida juglar siguió colaborando en fiestas como la cabalgata de Reyes
de Estella y de otros pueblos prestando la megafonía, los equipos de música o
incluso redactando el pregón. Con los años, sólo la progresiva pérdida de su
visión pudo parar a este trotamundos comarcal.
Es
curioso, cómo cuando un sentido como la vista falla parecen aflorar en las
personas el ingenio, la creatividad, el talento, la chispa o el gracejo. Así lo
demuestran dos ejemplos más de inteligentes copleros, también de la merindad y
coetáneos a Feliciano, aunque ya fallecidos.
Victorino Oyaga Aramendía, “el ciego de Metauten”, fue otro de los
representantes del mester de picardía. Acordeón en manos fue tejiendo un buen
número de jotas ingeniosas como la dedicada a Viana: “Qué rica sería Viana si
aprendiesen a embotar todo el aire que les baja desde el alto de Aguilar”. En
una ocasión Victorino fue requerido para amenizar una confirmación; cuando le presentaron
al obispo Cirarda, el ciego de Metauten contestó: “En la cara ya le había
conocido”.
Otro músico que acompañaba al ciego de Metauten en sus correrías por
Tierra Estella fue Aurelio Aristimuño, más conocido como “El Tuerto”. Nacido en
Azuelo y tuerto desde que era niño, Aurelio fue toda una figura de alegría y
buen humor en fiestas de quintos, rondas, carnavales y bodas. En una de su
coplillas se definía a sí mismo. “Sin haber ido a colegios yo tengo cuatro
carreras: guitarrista, cantador, tejero y pastor de ovejas”.
Qué buen trabajo es el recoger estos legados musicales y las anécdotas
que los acompañaban. Aunque Pedro San Emeterio ya lo hizo en 1999 para el caso
de Aurelio Aristimuño, nadie recopiló el anecdotario de Victorino Oyaga y el
trabajo que se hizo sobre Feliciano Fernández es mejorable. Entre tanto, el
asilo San Jerónimo seguirá acumulando interesantes reflexiones sobre el sentido
de la vida, el pasado y los sentimientos que se generan al contemplar un
cercano partir.
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