Entre las interesantes propuestas de Tierras
de Iranzu para la última Semana Santa, elegimos la visita guiada a la ermita de
Santa Catalina de Azcona. Este singular edificio románico es el único vestigio
que ha llegado hasta nuestros días del desaparecido pueblo de Ciriza (Valle de
Yerri). Y que bien que la ermita se haya mantenido en pie con la ayuda de
diversas restauraciones, porque esta iglesia esconde muchas curiosidades al
margen de su indudable valor artístico.
Ciriza fue un pueblo de Yerri, entre Azcona y Arizaleta, que como otras
localidades no sobrevivió a las pestes de la Edad Media. Sin
embargo, al mantener su término y el cobro de impuestos, le permitió también
sostener el culto de su parroquia de Santa Catalina.
Lo
primero que nos llamó la atención de las explicaciones del guía fue que esta
iglesia rural y solitaria pertenece al mismo taller que dos grandes obras
urbanas como el Monasterio de Irache o San Miguel de Estella. Al parecer, la
construcción de la iglesia de Ciriza fue el precio que los canteros de Estella
e Irache tuvieron que “pagar” por extraer piedra de sus canteras. La excavación
debió ser notable a juzgar por el esmero que pusieron los tallistas en labrar
piedras, columnas y capiteles. Leones, dromedarios, perros, arpías, dragones
con alas y todo tipo de bestias están representadas y hacer volar nuestra
imaginación casi tanto como la de aquellos habitantes de Ciriza que no tenían
los avances de hoy en día para conocer animales tan exóticos.
Más interesante aún resulta la historia legendaria de la ascensión de
Alejandro Magno, que está representada en un capitel del interior de la ermita.
Alejandro Magno, después de conquistar la mayor parte del mundo conocido, quiso
ver sus dominios por lo que decidió elevarse en el aire. Para ello ordenó
construir una ligera cesta a la que encadenó varios pájaros gigantes (grifos).
Una vez situado encima de la cesta, con una larga vara ofreció comida a los
pájaros que al volar intentando coger su alimento alzaron el cesto y con él a
Alejandro Magno. Esta leyenda que en Navarra sólo la encontramos en otro
capitel de Tudela, no es mas que un ejemplo de todas las historias que recogen
las iglesias románicas y que hoy, como en los años en que fueron construidas,
estamos llamados a conocer aunque muchas veces pasen desapercibidas.
Es
un acierto que Tierras de Iranzu -dentro de su amplia, integrada y bien
comunicada oferta turística que otras zonas de la comarca deberían imitar- nos
descubra lugares como Santa Catalina a pesar, eso sí, de que las intensas
lluvias de esta primavera han dejado impracticable el camino de acceso.
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