Los cuarenta de Arizala 25/01/13

    No crean, al leer el título del artículo, que voy a narrar las peripecias de cuarenta mozos de Arizala, como si fueran aquellos famosos requetés de Artajona que tomaron San Sebastián con suma facilidad en septiembre de 1936. Me refiero al interesante relato sobre el Arizala de los años cuarenta del siglo XX que ha plasmado en un libro Francisco Javier Aramendía Gurrea. 
El autor era el hijo de la maestra del pueblo, María Jesús, nacida en Echauri y que se trasladó a vivir a Arizala para ocupar su plaza y después formar su familia.
    Si algo hay que destacar de Arizala es que se encuentra en medio del mejor valle cerealista de Navarra. Las tierras fértiles del fondo del valle, las amplias llanuras con suaves pendientes, la buena composición del terreno tanto en profundidad como en elementos, unidas a las temperaturas frescas de primavera hacen de Yerri una tierra propicia para el cultivo de cereal. 

    Este entorno no ha pasado desapercibido en el relato de Aramendia sobre aquellos años. Tras la guerra civil y ante la precariedad alimenticia, el gobierno tuvo que controlar activamente el proceso de compra y distribución del trigo, para lo que estableció un único comprador, el propio Estado a través del Servicio Nacional de Trigo (SNT). Sin embargo, algunas personas-incluso los propios jefes de los graneros- burlaron esta red oficial y proliferó un mercado negro llamado estraperlo. El nombre proviene de un juego de ruleta prohibido -“Straperlo”- en el que participaron destacados políticos y empresarios españoles de la Segunda República. A raíz de este escándalo de corrupción, se generalizó el término estraperlo para los negocios fraudulentos. 

    En Arizala, centro geográfico y administrativo de Yerri, se ubicó uno de los graneros del Servicio Nacional de Trigo. Como consecuencia del granero, poco después se abrió en el pueblo una gran fábrica de harinas llamada Santa Cecilia, que se convirtió en un apreciable soporte económico para el valle. No terminó aquí el desarrollo de esta pequeña localidad, sino que hay que sumarle en 1955 la apertura de una de las últimas bodegas cooperativas de Tierra Estella. 

    Lamentablemente no ha sobrevivido ninguno de estos tres negocios que convirtieron a Arizala en un pueblo próspero. Sin embargo, los recuerdos de aquellos años ya no se van a perder. El trabajo de Javier Aramendía, sin ser una historia apasionante, es la descripción de los oficios, costumbres y usos, y lo que me parece mas logrado: un recorrido descriptivo por familias, estirpes e individuos con la mirada realista e inocente de un niño de la época. Libros como éste no pasan a la historia con mayúsculas ni son compendios respaldados por archivos y bibliografía, pero tienen valor porque recogen eso que se ha denominado como “patrimonio inmaterial”, en este caso de Arizala.

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