No crean, al leer el título del artículo, que voy a narrar
las peripecias de cuarenta mozos de Arizala, como si fueran aquellos famosos
requetés de Artajona que tomaron San Sebastián con suma facilidad en septiembre
de 1936. Me refiero al interesante relato sobre el Arizala de los años cuarenta
del siglo XX que ha plasmado en un libro Francisco Javier Aramendía Gurrea.
El
autor era el hijo de la maestra del pueblo, María Jesús, nacida en Echauri y
que se trasladó a vivir a Arizala para ocupar su plaza y después formar su
familia.
Si algo hay que
destacar de Arizala es que se encuentra en medio del mejor valle cerealista de
Navarra. Las tierras fértiles del fondo del valle, las amplias llanuras con
suaves pendientes, la buena composición del terreno tanto en profundidad como
en elementos, unidas a las temperaturas frescas de primavera hacen de Yerri una
tierra propicia para el cultivo de cereal.
Este entorno no
ha pasado desapercibido en el relato de Aramendia sobre aquellos años. Tras la
guerra civil y ante la precariedad alimenticia, el gobierno tuvo que controlar
activamente el proceso de compra y distribución del trigo, para lo que
estableció un único comprador, el propio Estado a través del Servicio Nacional
de Trigo (SNT). Sin embargo, algunas personas-incluso los propios jefes de los
graneros- burlaron esta red oficial y proliferó un mercado negro llamado
estraperlo. El nombre proviene de un juego de ruleta prohibido -“Straperlo”- en
el que participaron destacados políticos y empresarios españoles de la Segunda
República. A raíz de este escándalo de corrupción, se generalizó el término
estraperlo para los negocios fraudulentos.
En Arizala,
centro geográfico y administrativo de Yerri, se ubicó uno de los graneros del
Servicio Nacional de Trigo. Como consecuencia del granero, poco después se
abrió en el pueblo una gran fábrica de harinas llamada Santa Cecilia, que se
convirtió en un apreciable soporte económico para el valle. No terminó aquí el
desarrollo de esta pequeña localidad, sino que hay que sumarle en 1955 la
apertura de una de las últimas bodegas cooperativas de Tierra Estella.
Lamentablemente
no ha sobrevivido ninguno de estos tres negocios que convirtieron a Arizala en
un pueblo próspero. Sin embargo, los recuerdos de aquellos años ya no se van a
perder. El trabajo de Javier Aramendía, sin ser una historia apasionante, es la
descripción de los oficios, costumbres y usos, y lo que me parece mas logrado:
un recorrido descriptivo por familias, estirpes e individuos con la mirada
realista e inocente de un niño de la época. Libros como éste no pasan a la
historia con mayúsculas ni son compendios respaldados por archivos y
bibliografía, pero tienen valor porque recogen eso que se ha denominado como
“patrimonio inmaterial”, en este caso de Arizala.
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